“Centro de Estudios Peronista: José Armando Gonzáles
Ateneo: Nelly A. Moscheni de Gonzáles
Fundado el 08 – 10 – 2.011”
COMPAÑERA ROSALÍA GARRO
Aquí se agregará la Biografía de la Compañera, cuando ella nos la remita.
Intertanto subimos, para compartirla con todos los Compañeros, la nota que sale publicada el día 03-04-2014 en el Diario Digital: Tiempo de San Juan – Argentina - Noticias.
PERSONAJE
Rosalía Garro: Peronismo beligerante
Por ser miembro de Montoneros estuvo presa durante la última dictadura militar, fue torturada y desaparecida casi un mes, muchos la dieron por muerta. Su historia, como nunca la contó antes. Por Viviana Pastor.
JUEVES, 03 DE ABRIL DE 2014
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Por Viviana Pastor
Dos gruesas lágrimas le llenan los ojos y caen inmediatamente por sus mejillas. Ella se apura a secarlas. Es cuando Rosalía Garro recuerda el día en que decidió abrazar la causa de Perón y Evita, ella apenas era una estudiante de los últimos años del secundario.
También hay lágrimas cuando recuerda la cárcel y la tortura sufrida durante la dictadura, los compañeros que murieron, los años lejos de sus hijas. Queda claro que la prisión no logró endurecerla ni alejarla de sus principios, al contrario. “A mí la cárcel me reafirma mi peronismo y todo lo vivido en la dictadura me reafirma el peronismo como el gran movimiento libertario de la Argentina”, afirma.
Su amor incondicional por el Peronismo la lleva a afirmar que Perón no los echó de la plaza a los jóvenes militantes de Montoneros, cuando los llamó “estúpidos imberbes”, aquel 1 de mayo de 1974. Ella dice que los cánticos contra Isabel, entonces esposa de Perón, fueron los que le molestaron al viejo caudillo, “era su mujer y la plaza ya estaba casi vacía”, justifica Garro, presente ese día.
Rosalía Garro, "la Negra Garro" como le dicen sus compañeros de militancia, es una de las sobrevivientes de la cárcel y la tortura de la última dictadura militar, era una de las cabezas de Montoneros en la Provincia. Hoy, con casi 70 años sigue militando, trabajando en los barrios, codo a codo con la gente, con las mismas ganas y aún con sueños por cumplir: Quiere llegar a ocupar una banca en el Congreso Nacional.
Rosalía apaga la televisión, veía una película española -que son sus preferidas-, y pone el agua para unos amargos. A cara lavada, y en su modesto departamento, en el segundo piso del barrio CGT, recibe a Tiempo de San Juan y cuenta por primera vez cómo se sintió los años que estuvo alejada del Justicialismo después de una pelea con José Luis Gioja y luego su regreso triunfal al partido; y confiesa: "Quiero hacer muchas cosas, aspiro a ser legisladora nacional, hay proyectos que me gustaría trabajar".
Hoy Rosalía trabaja en la Junta Departamental de Rawson, que preside Juan Carlos Gioja, "a quien respeto y quiero mucho, es una gran persona"; es miembro del Congreso del Partido Justicialista, y es presidente de la Unión Vecinal 8 de Mayo.
Está trabajando para presentar en poco tiempo una organización de mujeres junto a otras trabajadoras "de mucho fuste". El foco estará puesto en el tema violencia de género, "que es una lacra social, pero hay que enfrentarlo y asistir, hacer seguimiento permanente. Nos está faltando que las víctimas logren independencia económica y eso se logra con capacitación en emprendimientos" dice.
Los que la conocen bien saben que es un luchadora nata, una mujer que no se asusta fácilmente, y una compañera con un carácter intenso. Ella misma se define como una mujer ruda: “No soy suavecita ni delicadita, soy gritona, medio tosca”. Y esa forma de ser la metió en situaciones conflictivas.
Como asesora del gobernador Gioja colabora con Ricardo Luque en el proyecto estratégico largoplacista para la Provincia. "Trabajar con el Gobernador es un gusto, un honor trabajar con el Flaco, es un tipo que permite hacer, te dice 'metele'", cuenta.
Pero hubo tiempos de tormenta entre ambos, cuando una pelea por el cupo femenino la alejó del Justicialismo, aunque no de la política.
“Con el flaco Gioja tuvimos momentos de grandes enfrentamientos políticos e ideológicos, tuvimos una discusión fuerte por la ley de cupo. En la vida uno comete grandes errores y ahí me enoje mucho, después el Flaco me dijo que en política no hay que ser caliente porque el que se calienta pierde. Yo ahí perdí; tendría que haberlo negociado de otra manera con él, pero no fue así”, cuenta.
Fue en esa época cuando se distanció del oficialismo y se acercó a Roberto Basualdo, cosa que hoy lamenta. “Me sentí muy mal mucho tiempo, caminaba por la calle y los compañeros me miraban mal y me sentía fuera de mi hogar. Por eso integrar de vuelta las filas fue volver a mi casa, como me dijo el Flaco en el 2005”. Rosalía ocupó varios cargos políticos y fue diputada provincial en dos periodos (2003-2007 y 2007-2011), había entrado en el 2003 como diputada del basualdismo y en el 2006 renunció para volver al PJ, cuando Basualdo se aleja de la conducción nacional. “Valoro haber estado acompañándolo a Roberto porque es una gran persona y gran empresario, pero no es un gran dirigente político, Roberto nunca tuvo la menor intención de ser gobernador de San Juan y ser senador es una herramienta para su vida.
Cuando discutí con el Flaco me calenté y me fui con Roberto y cuando creó el otro partido me abrí. El Flaco es un líder muy generoso, muy noble. Para él existen en la política dos operaciones: la suma y la multiplicación y nada más”.
La cárcel
Como “cuadro” de la agrupación Montoneros en San Juan, la Negra estuvo presa desde el ‘76 al ‘80 en Buenos Aires. En su declaración en el juicio por delitos de Lesa Humanidad, que se desarrolló en San Juan, Garro fue denunciada por Eduardo San Emeterio, abogado de los militares juzgados, por falso testimonio y pidió inmediata prisión. Pero Rosalía vuelve a repetir la misma historia que declaró ese día asegurando su veracidad absoluta.
Su primera detención como líder de la agrupación armada fue en marzo 1975. La citaron para que se presente en la sede de la Policía Federal y ahí la interroga durante toda la mañana Ernesto Pateta, de quien San Emeterio dijo que no estaba en San Juan en esa fecha. “Pateta se presentó y todo fue a cara descubierta, él estaba a cargo de la Federal, no era el jefe oficial pero era como Olivera (Jorge) estaba en el RIM y no aparecía su nombre”, señala.
Por entonces la vida de esta maestra de la escuela Superior Sarmiento ya era un infierno. Los allanamientos en su casa eran cosa corriente y la familia vivía aterrada. Rosalía ya tenía sus dos hijas: Andrea y María Valeria y el miedo era una sombra permanente, ya habían desaparecido algunos compañeros.
Pateta le dijo: “Tengo el gusto de conocer la famosa señora de Pardini” y luego extendió su charla hablando de política, de su amistad con Isabel Martínez y con José López Rega. Por la tarde le dijeron que se puede ir pero antes Pateta le extendió la mano para saludarla y le dijo: “Le advierto que es hombre muerto”, con la misma naturalidad del que envía saludos a la familia.
Esa noche Rosalía se reunió con su superior, Francisco ‘Chiquito’ Alcaraz, que ese día también estuvo citado en la Federal y lo habían despedido con el mismo mensaje. Garro le dijo que tenían que irse de San Juan porque los iban a matar, pero Alcaraz le dijo que él no podía irse y que no la autorizaba a ella que se fuera. “Yo me voy le dije, tengo que preservar la vida, yo no quiero ser héroe, quiero ser militante. Así que me fui sola con mis niñas a Buenos Aires. Chiquito amaba lo que hacía y a sus compañeros, no se fue por no abandonarlos, el 29 de octubre le metieron 154 balazos”, recuerda.
Se fue a Buenos Aires sin ‘cobertura’ ni protección de la organización y para Rosalía estar aislada era terrible. Empezó a trabajar como administrativa en el Sanatorio Güemes y lejos de guardarse por un tiempo, se encontró con Ernesto Jauretche, quien fue militante de la Resistencia Peronista y dirigente de la Juventud Peronista, y volvió a militar en La Boca.
“Habían cambiado muchas cosas, se habían tergiversado muchas otras, Montoneros era una organización político – militar, no éramos un ejército y para entonces ya se habían formado el ejército de Montoneros, estaban medio loquitos”, reflexiona.
Antes de que llevara un año en la gran ciudad, allanaron el sanatorio, la buscaban a ella, ya habían allanado la casa donde vivía, era febrero del ’76. Como era común en los cuadros superiores, Rosalía tenía la pastilla de cianuro, que era para tomar en ocasiones extremas y evitar delatar a los compañeros en la tortura, pero ella creyó que aún no era el momento. La subieron a un Ford Falcon y la llevaron por averiguación de antecedentes a la sede de Coordinación Federal, donde estuvo 20 días bajo tortura y desaparecida.
Al día siguiente la trasladan y le dicen: “¿Así que vos sos la Negra Pardini?”. La llevaron a un salón grande donde había un Ternopil con mapas de las provincias con banderitas negras y rojas, sacaron una bandera roja y le dijeron: “esta eras vos” y clavaron una negra. “Tenían un trabajo de inteligencia muy importante, sabían todo porque en el ‘73 –cuando Perón volvió al país- todos nos destapamos”. Pero el caso de Garro era especial, ella era una ‘Jetona’, como se le dice en la jerga a los Monto que daban la cara, ella fue de los pocos que siempre actuaron con nombre y apellido.
El segundo día empezó la tortura, “de varias maneras espantosas, picana, el submarino les encantaba, así pase unos 19 o 20 días no recuerdo bien”, dice. Por entonces su hermano Fernando era secretario de prensa del Senado, trabajaba con Vicente Saadi y gracias a esos vínculos Rosalía se salvó de la muerte. “Una noche me hacían la tortura del silencio, en la que me ataban me subían muchos pisos y me ponían frente a una ventana. La venda era una cinta adhesiva ancha y me correaba el pus porque tenía los ojos infectados, lloraba del dolor, el médico me sacó la cinta y me dijo: “Mirame, si tengo hijas de tu edad. Pero yo no lo podía mirar porque me mataban. Ese médico era el que controlaba la tortura. Ese día, creo que era un viernes, me pusieron en una silla y me tuvieron ahi muchas horas; usaban medias los torturadores porque no hacían ruido al caminar. Había una ventana y sentía abajo muy lejos el ruido. Ellos me ofrecían tirarme, me abrían la blusa, me pellizcaban los pezones, todo en silencio, mucho manoseo y susurros. Después de muchas horas me desataron y me desplomé y ellos se pusieron a conversar:
- Vamos a cenar
-¿Y con esta que hacemos?
-Esta se va al cielo.
-Yo me ocupo.
-Yo también.
-Los esperamos en la cantina.
Le hicieron el submarino una vez más y la desnudaron. Luego la hicieron subir a algo parecido a un elástico de madera y la pusieron en 4 patas mientras le decían: “A vos no te han violado pero hoy vas a tener la muerte con el consolador de elefante”. Le pusieron en las manos un palo muy grueso. En ese momento, “no sé si por azar o por la intervención de Dios”, se sintieron unos pasos de botas a paso muy firme y golpearon fuerte la puerta gritando que era un coronel. “¿Qué están haciendo con esta mujer?”, les dijo y los mandó que la vistieran y que se fueran. Según Rosalía, este militar pertenecía a la rama ‘Legalista’ del Ejército que no aprobaba la tortura, estaban en la otra vereda de los que torturaban y desaparecían gente. Este militar la llevó a otra sala y le dijo que la iba a legalizar como prisionera de guerra, eso le daba la posibilidad de no sumar la lista de desaparecidos y tener contacto con la familia. La llevaron a Coordinación Federal donde había celdas y le sacaron la venda.
A los 2 días recibió un plato con un pedazo de tortilla de papas con chorizo colorado y un pebete y reconoció el plato de la casa donde había estado viviendo. Su hermano la había ido a visitar y le mandó un pañuelo con su perfume, un recuerdo que vuelve a arrancarle lágrimas. Ahí recién comenzó su detención legal a disposición del Poder Ejecutivo, le iniciaron causa que recayó en el juzgado de Rafael Sarmiento.
En esa condición pudo recibir noticias de sus hijas que estaban con su madre en San Juan y escribir cartas que eran leídas y censuradas. Estando en la cárcel de Devoto le dan libertad por falta de mérito, pero esa alegría podía ser una trampa mortal, muchos salían de la cárcel y nunca más se sabía de ellos. Garro se despidió de todas sus compañeras y la llevaron a Coordinación Federal donde fue sometida a tortura nuevamente “como si fuera la primera vez”.
Esta “libertad” era otra forma de tortura y a Rosalía se lo hicieron varias veces. “Convivir con la tortura y la muerte era algo permanente”, dice. En Devoto no podían leer, ni trabajar, ni escuchar radio, ni hablar, ni hacer gimnasia, muy pocas veces las dejaban salir al patio. Allí conoció a Adela Martínez Agüero de Firmenich, esposa del líder de Montoneros, y compartió el nacimiento de su primer hijo, Javier, “la habían torturado mucho en la matriz y a su hijo lo recuperó un año después gracias a un sacerdote”, cuenta.
Esos días quedarán para siempre grabados a fuego y con secuelas ineludibles. “En la cárcel se aprende poco, sí sirve para valorar la vida, las pequeñas cosas, los sonidos, la familia, pero la cárcel es la no vida”, señala.
Como dice Gieco: “Todo está grabado en la memoria”.
Los costos de su militancia fueron altos, el más doloroso fue estar separada de sus hijas, y la pérdida de los compañeros. Sin querer contener el sentimiento Rosalía asegura: “Nos mataron a los mejores, no fue casualidad a quienes se llevaban, a quienes desaparecían, fue bien planificado, fue una generación perdida de idealistas”.
En octubre de 1980 le dieron una libertad vigilada y ya en San Juan casi no la dejaban salir de su casa. Los atroces años en Devoto no mellaron su espíritu y apenas pudo La Negra Garro volvió al ruedo, era más fuerte que ella, que sus miedos, que sus pesadillas. Su compromiso con el peronismo siempre pudo más.
“Sigo militando, el peronismo es una forma de vivir, es una doctrina, una teoría filosófica. Yo soy peronista de base y muy orgullosa de eso. El que dice ‘soy peronista’ y vive como un potentado no es peronista, es mentira, será un afiliado tal vez. Algunos me dicen “vos te crees que tenés el peronómetro”, y les digo: “No, vos te crees que porque tenés la ficha sos peronista, no nene, además si sos funcionario hacete cargo”, advirtió.
-¿Se arrepiente de algo?
- Me arrepiento de no haber estado al lado de mi compañero cuando me necesitaba, de no haber estado con mis hijas en su primer día de escuela. Me arrepiento de haber ofendido a algunos compañeros alguna vez, soy muy irascible, me enojo fácilmente, de eso me arrepiento, de contestar a lo bruto, después pido perdón pero ya me mandé la macana.
“Políticamente no hubiera cambiado nada, no digo que lo volvería a hacer porque son otros momentos históricos, pero volvería a repetir mi compromiso, a militar y a entregar mi persona en aras en libertad, de la justicia y de la inclusión”.
Hija ‘e tigres
Los padres de Rosalía Garro se conocieron en medio de un tiroteo, donde por cierto, la que disparaba era su madre, Lilia Josefa Cavalier. Ella era cantonista y tenía a su cargo el primer subcomité femenino. Su padre, Arturo Garro Vidal, era de familia acomodada. Ese día las mujeres cantonistas habían organizado una sentada para que los ‘gansos’, opositores al movimiento de los Cantoni, no pasaran por ahí y cuando lo intentaron Lilia disparó al aire. Lo llamaron a Garro para que interviniera ante esta ‘loca’ y cuando la vio se enamoró de ella.
“Se casaron y nunca más se separaron. Yo era la más grande de tres hermanos y me crié con ellos militando, eran activos del cantonismo en la provincia y de Perón y Evita a nivel nacional. Eso hasta Leopoldo Bravo, después dejaron el partido como tantos otros. Vivíamos en Desamparados en la casa paterna de los Garro. Mi infancia fue fantástica, robé fruta, me subí a todos los árboles, con las chicas Prolongo, los Bastías, los Moroy, el Polaco vivía enfrente, los Landa, los Álvarez, era un barrio muy lindo”, recordó.
Fue a la escuela Normal Sarmiento donde “teníamos profesores maravillosos que nos formaron, éramos felices en la escuela. Yo organizaba paros por cualquier cuestión pero siempre muy respetuosa en el trato con maestros y profesores. Mi padre nos ataba el moño del guardapolvo y nos decía: “Cariño y respeto por sus profesores”. Él nos revisaba las tareas y controlaba los útiles”.
Y si bien en la mesa familiar se hablaba de política, fue Carlos Yanzón quien le dio su primera lectura política, sobre el Marxismo. Además, desde la secundaria junto al grupo de amigos engrosaban las filas de la Acción Católica, ya que era también una forma de canalizar la necesidad “de hacer algo”.
Entre mítines de la Democracia Cristiana y del Comunismo, Rosalía definió su postura política por el Justicialismo una tarde de zonda en la modesta casa de adobe de una compañera. En el fondo la mujer tenía un altar con velas y la imagen de Evita y le dijo: “A esta no me la sacan, me sacarán a mí pero a ella no”. Luego le explicó lo que había significado para la clase obrera la política de Perón y cómo les había cambiado la vida.
Desde entonces su vida estaría marcada por la doctrina peronista.
En 1968 lo conoció a Carlos Pardini y a los 3 meses se casaron. De esa unión nacieron Andrea y María Valeria. La más grande le dio dos nietas, María Eva y Guadalupe.
Cuando nacía Montoneros ambos estaban metidos en la organización. “Carlos se incorpora y abraza la causa con mucha convicción, llegó a ser un compañero muy comprometido, muy buen militante, muy luchador, temerario. Yo era más prudente, no alabo lo temerario, creo que es una irresponsabilidad, pero lo cierto es que él fue más valiente que yo”, asumió La Negra.
La anécdota
En 1972 les avisan que les iban a allanar la casa, ya había movimientos y algunas desapariciones. Hacía 15 días que Rosalía había parido a su segunda hija. Pardini y José Alberto Svagusa metieron en un moisés los libros, cintas de Perón, material de lectura y un par de pistolas viejas “que no servían, las usábamos para aprender a armar y desarmar”. Se llevaron todo para tirarlo y que no encontraran nada en casa, pero los vieron en la zona de Marquesado y los denunciaron.
Pardini pasó la noche huyendo y llegó al otro día a su casa y se fue a trabajar al banco. Esa noche cayó la policía y lo llevaron a la Central de Policía a Pardini, mientras que Rosalía quedó con prisión domiciliaria.
“Teníamos que saber si habían cantado en la tortura, así que fuimos a bautizar a la nena en donde estaba preso Carlos para preguntarle. El padre Paquito la bautizó, él era el cura de la Policía, los padrinos eran mi hermano y mi hermana. Carlos salió esposado,y lo abrazo y le pregunto: ¿cantaron? No, me dijo”.