“Centro de Estudios Peronista: José Armando Gonzáles
Ateneo: Nelly A. Moscheni de Gonzáles
Fundado el 08 – 10 – 2.011”
COMPAÑERO CARLOS HARICA y SRA.
Aquí se agregará la Biografía del Compañero, cuando él nos la remita.
Intertanto subimos, para compartirla con todos los Compañeros, la nota que sale publicada el día 21-10-2012 en el Diario Digital: Tiempo de San Juan – Argentina - Noticias.
HISTORIAS
Carlos Harica:
“Perón me dio el OK para la lucha armada”
Tenía 29 años cuando cumplió el sueño del pibe peronista, estuvo frente a frente con el General en Puerta de Hierro, España, mandado por la cúpula de la FAP, con el proyecto secreto para la lucha armada. Estuvo preso unas 20 veces por su militancia, fue torturado, durmió muchos años con el fusil de almohada, en la clandestinidad. El sanjuanino cuenta su historia a un medio por primera vez.
Por Viviana Pastor
DOMINGO, 21 DE OCTUBRE DE 2012
vivipastor@tiempodesanjuan.com
A Carlos Harica el amor por Juan Domingo Perón le exuda por la piel, no por las palabras. Sus ojos brillan y su voz toma otro color cuando cuenta que el General era “un hombre inmenso, muy abierto, muy llano, muy humano en su trato, lo que nos permitía hablar mano a mano con él”.
Fue en 1967 cuando este sanjuanino, que tenía 29 años y militaba desde los 15 siguiendo los pasos de hermano mayor Antonio Harica, fue enviado a España, donde Perón estaba exiliado desde 1955. Lo mandó la cúpula de lo que luego sería las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), junto a José Blanco. La resistencia se venía amasando desde el exilio de Perón del país y había llegado el momento de llevarle una nueva propuesta al líder: la formación de la FAP para iniciar la guerrilla; y rogar para que la aprobara.
“Fue un encuentro muy emotivo, yo le conté cómo lo había conocido en el ’49, yo era un niño y él había viajado a San Juan con Evita, se emocionó muchísimo. Encontré un ser extraordinario, inmenso desde lo personal. Nos decía: ‘hablemos abiertamente’, uno que era del montón encontrarse con semejante personaje, visitado a diario por personajes del mundo; uno que no era nadie, un soldado del peronismo, compartir con él muchas horas de charla, aprender de su palabra, fue el sueño del pibe”, recordó Carlos.
Y agregó: “Tuve el alto honor de conocerlo, llevarle el mensaje de los sanjuaninos y esa documentación importantísima donde se le proponía ampliar la resistencia a través de las armas, con una nueva metodología. Creíamos agotada la lucha en las grandes concentraciones poblacionales a través de actividad militante. Los operativos no alcanzaban. En esos cuadros nacionales conocí gente muy valiosa como Envar "Cacho" El Kadri, Carlitos Caride, Jorge Rulli, con los cuales tuve una militancia muy estrecha. Esa conducción tuvo en cuenta el trabajo que hicimos en Cuyo y me mandaron a España a llevarle la propuesta al General para ampliar la resistencia”, contó.
A los 74 años, Harica accedió a contar por primera vez la historia de sus años de militancia a un medio, aunque su nombre ya figura en el libro de Eloy Camus, “Historia de víctimas del terrorismo de Estado. San Juan – Argentina”, junto al de otros militantes que se salvaron de desaparecer en los años de plomo. Protagonista absoluto y a la vez ilustre desconocido, su vida es un retazo de la historia reciente, caída en el olvido de sus propios coterráneos.
En Puerta de Hierro, Perón se tomó su tiempo. Su primera reacción fue decir No. Es que a pesar de su formación militar, el General no aprobaba la violencia. En el ‘45, 22 años antes, cuando Perón dejaba la Secretaría de de Trabajo y Previsión, obligado por el entonces presidente Edelmiro Farrell, el líder decía: “Pido orden para que todos sigamos adelante en nuestra marcha triunfal pero, si es necesario, algún día pediré guerra”. Casi profético.
“Inicialmente nos dijo que no, que era exponernos demasiado, que era compleja esa actividad guerrillera, pero que dependía de nosotros. Y no era mi opinión, era la de la cúpula de la FAP que habíamos constituido en Buenos Aires cuyo conductor genial, inteligente, era Cacho El Kadri y luchadores de la JP que después nos fusionamos con la resistencia”, contó.
Después de estudiar varios días el documento que le enviaban desde Buenos Aires, Perón les dio su OK para ampliar la lucha. “Finalmente nos dijo que si era decisión mayoritaria, él se sometía a la mayoría y lo aceptaba. Me pidió que nos cuidáramos muchísimo de los infiltrados y nos dijo que no quería que hubiesen más muertos”, algo que resultaría imposible cumplir. La FAP planeaba llevar la resistencia al monte, lo que se hizo al año siguiente en Taco Ralo, Tucumán.
“Al General, la idea de que formaran guerrillas en la selva no le gustaba. Él me decía: ‘Hariquita la guerrilla viene de tiempos inmemoriales, la guerrilla es metodología muy antigua, es como orinar portones, algo del siglo pasado. Cuídense de los infiltrados porque el imperialismo ha diseñado lazos a nivel continental y están en todas las organizaciones’. Me hizo la nota de aprobación y traje la nota escrita para iniciar la guerrilla”, recordó Carlos.
Violencia justificada
Harica hizo un paréntesis para razonar sobre la insistencia de Perón de que se cuidaran de los infiltrados, cuando él lo tenía a José López Rega durmiendo bajo el mismo techo. “Una paradoja, él tenía ese personaje siniestro, siempre lo encontrábamos en la puerta a López Rega y nos resultaba un personaje conflictivo, que se resistía a que habláramos con el General, trataba de aislarlo de estas entrevistas”, señaló Harica. Agregó que para entonces, López Rega ya venía planificando junto a otros personajes una contraofensiva contra el peronismo, con un rol distinto en un entorno ligado a los militares Emilio Masera y Jorge Osinde. El Brujo, como le decían a López Rega por sus prácticas esotéricas, fue más tarde el creador de la Triple A, la Alianza Anticomunista Argentina, en cuya lista estaba Harica. La Triple A fue responsable de cientos de asesinatos contra los militantes justicialistas que participaban en las guerrillas y de otros grupos de izquierda.
Perón y Harica se las arreglaban para hablar a solas, caminando por el amplio jardín de Puerta de Hierro que el mismo General se encargaba de cuidar. “Él no había perdido en lo absoluto su forma de ser, seguía siendo porteño de la provincia (SIC) en la forma de hablar lisa y llana. La vida del ser humano para el General era fundamental”, dijo Carlos. Pero en las charlas sobre la necesidad de la guerrilla, le hicieron ver a Perón que no había muchas alternativas.
“Nosotros crecimos en la violencia, nos hicimos violentos para enfrentar esa violencia no querida, pero que estaba instalada en el país y que nos produjo serios problemas”, confesó Harica.
Y eran problemas con mayúscula: Harica estuvo detenido unas 20 veces en distintas seccionales de San Juan y Buenos Aires, estuvo en las listas de la Triple A, en las del Plan Cóndor, que buscó el extermino de subversivos en todo el mundo a través de pactos de colaboración de las cúpulas militares. Fue torturado decenas de veces, dormía con el fusil, y la pastilla de cianuro era su compañera inseparable, esa famosa pastilla que tenían los miembros de la conducción para tomarla en caso de ser apresados y morir antes que delatar a los compañeros. Vivió en la clandestinidad, viajando al exterior por pasos fronterizos para no ser atrapado.
“Eso me marcó para siempre como subversivo, eso era para los medios de aquel entonces. La lucha no paró jamás. Cada día nos organizábamos con nuevas metodologías, en lo sindical se trabajaba a desgano o se hacían sabotajes, hacíamos pintadas nocturnas ‘Perón vuelve’ y muchos compañeros fueron detenidos; de aquella época quedan pocos por una cuestión generacional”, señaló.
Harica remarcó, como una forma de rendirles homenaje, los nombres de sus compañeros, algunos viven y fueron sus maestros como Armando González, quien durante el primer gobierno de Perón era gestor de la Escuela Adoctrinamiento. Su casa es histórica, señaló Carlos, porque allí, en la clandestinidad, trabajaron mucho y aprendieron la doctrina científica- ideológica, lo filosófico del Peronismo. “Aprendimos que para derrotar las dictaduras había que usar otras formas de lucha como la violencia, no querida, pero la dictadura no nos dio otra alternativa más que luchar con las armas en las manos. Evita decía: ‘La violencia en manos del pueblo no es violencia, es justicia’; nosotros nos aferramos mucho a eso. Conocí a muchos hombres valiosos como Andrés Framini, secretario general del Gremio del Vestido que en el ’62 fue electo gobernador de Buenos Aires pero no lo dejaron asumir. Otros como Armando Cabo, Raimundo Ongaro, un gráfico fundador de la CGT opuesta a la ‘vandorista’ que arreglaba con las dictaduras para hacer un peronismo sin Perón, esa era la línea de Augusto Vandor que arreglaba con las dictaduras”, contó Harica.
En el ’67, antes de volver al país, Carlos pudo viajar por varios países europeos para presentar las bases de su organización. Estuvo en la ex Unión Soviética, durante la celebración del 50 aniversario de la Revolución Bolchevique, donde participaron representantes de 120 países.
La guerrilla y la tortura
A fines de ese año, con la autorización del líder firmada, comenzaron con la organización de la guerrilla de guerrillas, centralizada en Tucumán, zona elegida por las condiciones boscosas que permitían un despliegue “con más libertad”. Pero los combatientes era gente de todo el país, no habituados a esas condiciones de clima y geografía. Algunos fueron entrenados por Harica en Zonda; pero en Tucumán conspiró también el campesino, que desconfió de los movimientos extraños del grupo, aunque habían disfrazado sus camiones como los del Ejército.
“De San Juan éramos 3 inicialmente para ir a Taco Ralo; pero antes de viajar a Tucumán, somos detenidos con mi hermano Antonio y cuando salgo me voy igual, pero llego unos días tarde. Cuando llegué cayó el campamento porque teníamos infiltrados, fue en septiembre del ’68 cuando comenzábamos las operaciones. No pudimos desarrollar la lucha armada, pero fue un aprendizaje aleccionador”, dijo Carlos.
En Taco Ralo logró zafar y se escapó a Santiago del Estero, pasó por Córdoba para llegar a Buenos Aires. Cuando llegó a la sede de la CGT lo primero que le dijeron es que era un “privilegiado” por haber podido escapar, pero luego tuvo que dar muchas explicaciones. “No fue sencillo”, dijo. De ahí pasó a la clandestinidad; lo mandaron a trabajar a La Plata mientras él siguió militando. A principios del ’69 cayó en una pinza del Ejército y lo detuvieron. “Me llevaron a un destino desconocido, yo no sabía dónde estaba y la pasé mal por mis antecedentes”, contó. Después lo blanquearon y lo llevaron a la seccional segunda de La Plata, donde se encontró con varios compañeros, y de ahí lo trasladaron a San Martin, ya que el pedido de captura de los miembros de las FAP la hacía el juez Manuel Widmer, de esa localidad. Harica contó cómo fueron allí las torturas que lo marcaron para siempre. “De esas experiencias nos quedan secuelas de torturas psicológicas y físicas, porque en tortura usaban técnicas de asesores norteamericanos y franceses. Yo tuve la suerte de salvarme, otros murieron en la tortura”, dijo.
Las más conocidas eran la picana eléctrica; el submarino, donde metían la cabeza del preso en agua hasta el ahogo; y la simulación de fusilamiento. Para Carlos las simulaciones no eran problema, él se había dedicado a practicar tiro en San Juan cuando era apenas un adolescente, estaba acostumbrado al ruido ensordecedor de las balas. “Cuando me decían ‘te vamos a fusilar’, yo les decía ‘fusilame’, me ponían la capucha y las balas rebotaban sobre todo en los oídos, pero estaba habituado a ese ruido y no me afectó mucho. Pero la tortura es bravísima porque al otro día no sabés quién sos, estás morado, negro, hinchado entero. Después del aislamiento hay días en los que perdés la noción del tiempo, no dormís porque te ponen música fuerte o estás en la total oscuridad. Pero lo que más me marcó, la sensación más dura de dolor, es cuando te torturaban metiéndote agujas en las manos, las agujas te penetran por debajo de las uñas y después los brazos no los sentís más. Es una de las más jodidas porque más allá del dolor, los brazos no existen y perdés la estabilidad, no podés caminar, te quedan las manos inflamadas. Muchos compañeros murieron en la tortura”, repitió Carlos.
A Carlos no se lo contaron, lo vivió, y aunque pasaron 40 años no es fácil para él hablar de estos temas, “uno pierde la memoria”, dijo para evitar dar más detalles horripilantes.
Sin embargo esos sufrimientos no lograron borrarle las convicciones, así que cuando lo dejaron en libertad volvió a la militancia y en 1975 llegó ser presidente del Partido Peronista Auténtico (PPA), que era el brazo político de Montoneros. La idea era actuar políticamente con todos los requisitos, pero se anuló todo con el golpe de Estado del ’76. “En la FAP no queríamos la fusión con Montoneros, pero se hizo y lamentablemente terminó muy mal. Yo lo advierto en San Juan con la conducción de Montoneros, porque no compartía sus estrategias y tuve serios problemas. Un día vinieron tres tipos vestidos impecablemente a hacer un relevamiento a la provincia, íbamos ingresando a una habitación y ellos hacían preguntas sobre el alias y que dijéramos en cuántos operativos habíamos participado. Ahí yo les digo: ‘hasta acá llego, no tengo por qué darte esa información’, me dijeron que era para dar a cada uno el grado. Les dije que no, que ellos no eran nadie, que podían ser agentes de la CIA. Cuando les dije eso nos agarramos a las piñas y de casualidad no nos agarramos a tiros. Les dije a los compañeros lo que me parecía y me fui. Después, en una reunión de la plana mayor me buscaron y me dijeron que había hecho lo correcto”, contó Harica. La historia le daría la razón, esas listas realizadas para el PPA serían las que usó la Triple A para la persecución y muerte de los militantes.
Cuando se produjo el Golpe del ’76, Carlos figuraba en las listas del Plan Cóndor, pero no cayó. Se fue a Paraguay. “Iba y venía, siempre en la clandestinidad. Ya tenía mujer y 3 hijos. Los hijos, pobres, tienen que vivir encarcelados, no podían jugar con otros chicos, yo trabajaba con otro nombre y hacía hasta los aportes de jubilación a nombre de otro. En su inocencia, los niños me pasaban la pastilla de cianuro cuando se me caía. Mi almohada era el fusil, andaba armado permanentemente. Eso era vivir en clandestinidad”, dijo.
Recién en 1984, gracias al trabajo del Centro de Estudios Legales, se blanqueó la situación de Carlos Harica, pero no pudo volver inmediatamente a su San Juan porque no conseguía trabajo acá.
“San Juan era una provincia complicada, la gente no tenía información de lo que pasaba, ¡y tiene casi 150 desaparecidos! Muchos decían ‘por algo será’, cuando te llevaban”, señaló.
Volvió a la provincia definitivamente en el ’96. “Mi mujer, Nelly, me bancó todo. Yo me hubiera podido casar con una compañera, pero elegí una mujer que no estaba interesada en la política y de una familia muy católica. En el 2005 se enfermó, su cabeza volvió a los años ’70 porque escuchaba la sirena de las ambulancias y eso la llevó a esos años, su cerebro hizo un retroceso. Estuvo en tratamiento 2 años y ya lo ha superado. Le dio cuando ya estaba todo tranquilo, pero la cabeza es así, por eso hablo de las secuelas que nos quedan a todos los que hemos tenido estos ideales, todavía inconclusos. Hablo de los 30 mil desaparecidos, hay compañeros de los que me acuerdo todos los días, me nutro de la inteligencia, el valor, la coherencia de aquellos combatientes. Les digo que esto ha quedado inconcluso, uno cumplió pero el recambio generacional hay que darlo” aseguró Harica, mostrando su fervor intacto.
No pudo ocultar su preocupación por algunos actores de la política actual y dio lecciones de ideales. “Hay un vaciamiento de contenido de lo que es la política. La política es servicio, es solidaridad, es trabajo, pero hay sectores que piensan que la política es lugar para vivir con comodidad, con privilegios, y acceder, a través de cargos, a lugares que jamás imaginaron. Hay personas que hicieron su forma de vida a través de la política para vivir bien, cuando Perón decía que la política termina en la ética. Me encontré con personajes que no aportaron nada, todo lo contrario, y tuvieron esa suerte de llegar a un ámbito que no les pertenece”, lamentó.
Angelado
Hoy, Carlos es asesor en la Subsecretaría de Derechos Humanos, es miembro del Consejo Consultivo de la Fundación por la Democracia y los Derechos Humanos y es miembro de la Asociación Sanjuanina de Ex Presos Políticos.
Tantas veces preso, escapando, al borde de la muerte en la tortura, Harica terminó asumiendo que tuvo algún guardaespaldas invisible: “Es evidente que tuve alguna protección, mientras miles de compañeros quedaban en el camino. Me sigo encontrado gente que me dice: ¿Vos estabas vivo?... No era ningún santo, me han tirado y he tirado, aunque nunca hubiera querido pelear, no tuvimos opciones. Pero siento que las sagradas rebeldías quedaron inconclusas”.
Con José Luis Gioja
Por una cuestión generacional, el primer contacto de Carlos con los Gioja fue con César. Después trabajó con José Luis, con quien, junto a otros compañeros, formaron la Fundación por la Democracia, y la Asociación de Ex Presos Políticos. “Esta segunda reconstrucción de San Juan es formidable. Antes la provincia no existía y hoy es de las que más crecieron. Pero además el Gobernador tiene una gran visión sobre los derechos humanos porque le corresponde no sólo a los ex presos políticos, sino que es de todos los sanjuaninos, porque José Luis tiene en cuenta lo fundamental del hombre: el trabajo, la vivienda diga, la salud, la educación. La cantidad de escuelas que se han construido es formidable y dentro de esto tuvo en cuenta a los chicos con discapacidad. Hay obras estratégicas para San Juan como el túnel de Agua Negra que cambiará más a la provincia. Hay carencias, pero quedan 3 años para concretar sueños”, aseguró Harica.
Primer encuentro con Perón
1949 Carlos tenía 11 años; iba a la escuela primaria Leandro Alem y ese año los llevaron al estadio Parque de Mayo a saludar al entonces presidente Perón y a su esposa Evita, que venían a supervisar las obras de la reconstrucción de San Juan, después del terremoto del ’44. “Esas presencias físicas me conmovieron siendo muy pibe. Perón me conmovió por sus palabras, su hablar llano con palabras que brotaban de muy adentro de su alma y nos alentaban a seguir trabajando”, recordó Harica. Ese primer encuentro lo dejó exaltado y sembró en él la semilla del Peronismo.
Custodio de Isabelita
En el ‘65, con 27 años, le tocó ser custodio de Isabelita cuando, mandada por Perón, visitaba las provincias para reorganizar la estructura del movimiento. Isabel estuvo un par de días tratando de unir las partes, “en algunos casos algo logró y la lucha continuó. Nosotros la respetábamos porque era la esposa del General”. Pero no era Eva, no estaba a su altura, no tenía su filosofía, su política, mucho menos sus sentimientos por los descamisados; a Harica le alcanzaba con el respeto hacia el General, diferido hacia su nueva compañera. “Nosotros acatamos la posibilidad de arreglar lo interno del movimiento. Yo, como muchos compañeros de la resistencia, al partido no le dimos mucha trascendencia porque nosotros nos sentíamos movimientistas que es otra cosa; en el movimiento confluyen todas las ramas, sindical, femenina, la juventud y el partido. Este último estuvo intervenido porque se lo usaba para elecciones y llegaba gente que no pensaba como Perón”, dijo Carlos.
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