Centro de estudios peronista José Armando Gonzáles - Ateneo: Nelly A. Moscheni de Gonzáles. Fundado el 08-10-2011.
  García Mellid
 

 

Centro  de  Estudios  Peronista:  José  Armando  Gonzáles

Ateneo:  Nelly  A.  Moscheni  de  Gonzáles

Fundado el 08 – 10 – 2.011

 

 

ATILIO  EUGENIO  GARCIA  MELLID

  

 

 

 PUBLICACIONES: 


 

 


  


 

 

 

 

FUENTE: PERON … Vence al tiempo  10 AÑOS

En : www.peronvencealtiempo.com.ar

 

CARTA al Sr. Atilio García Mellid (7-08-1964)

Escrito por Juan Domingo Perón.

Madrid, 7 de agosto de 1964

Al Sr. Atilio García Mellid

Buenos Aires

Mi querido amigo:

He recibido y leído su nuevo libro: "Proceso a los falsi­ficadores de la Historia del Paraguay" y lo encuentro magní­fico en todo sentido, pero especialmente extraordinario dentro del procesamiento de las oligarquías antinacionales que Usted viene realizando con tanto talento como éxito.

Usted sabe el cariño entrañable que yo tengo a ese pueblo digno de admiración, al que tengo el honor de pertenecer como ciudadano honorario, y considero que su libro abre un nuevo curso a la historia de nuestros países en los que los his­toriadores "oligarcas hicieron de las suyas, falsificando la ver­dad e indignificando más los hechos que pretendieron explicar con sofismas que ni ellos mismos creyeron.

Los paraguayos y los buenos argentinos lo han de haber recibido con verdadero alborozo, porque pone las cosas en el lugar del cual no debieron haber salido nunca, si como mante­nemos la verdadera historia es verdad y es justicia, aún cuand no agrade a muchos de los que están ligados a los que la prota­gonizaron. Es indudable que "La Nación" ha de haber puest el grito en el cielo, pero ahí están los hechos que valen mucho más de cuanto se pueda alambricar con subjetividades defor­mantes.

Como Profesor de Historia Militar en la Escuela Superior de Guerra he debido estudiar y tratar la Guerra del Paraguay, es­pecialmente en la parte que se refería a la campaña y confieso que al tratar las "causas de la Guerra" y los temas afines a la provocación de las operaciones, me he visto en figurillas para hacerlo con ecuanimidad y veracidad, porque los autores que sobre esta contienda escribieron estaban todos influenciados por las falsedades corrientes en este sector guerrero de la histo­ria argentina. Normalmente preferí pasar por alto cuánto no pude tratar honestamente, pero no dejé ya de descubrir las enormidades con que se nos pretendía engañar. Por eso fui siempre un partidario decidido y honesto de dar una satisfac­ción al Paraguay y por eso durante mi Gobierno decidí y reali­cé la devolución de los trofeos que, en cierta medida, deshon­raban las glorias y tradiciones de la República.

Usted comprenderá así la inmensa satisfacción con que he leído su libro, que me decido ahora a releerlo para estudiarlo más concienzudamente, porque su contenido tan documentado y circunstanciado, no puede penetrarse en plenitud sin un pro­fundo análisis.

Muchas gracias por todo. Un gran abrazo

Firmado: Juan Perón

 

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FUENTE: Roberto  Baschetti

EN: www.robertobaschetti.com

 

 

militantes del peronismo revolucionario uno por uno


GARCÍA MELLID, Atilio Eugenio.

Militante de la causa nacional y popular fue un acusador implacable de los sectores oligárquicos y liberales. Nacido en Buenos Aires, el 4 de agosto de 1901, entró tempranamente en la literatura. En la década del ’30 militó en la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA) un desprendimiento nacionalista del radicalismo que ya con Alvear se había bandeado hacia los turbios carriles del entreguismo y las componendas. El año 1945 lo encontró a cargo de la gerencia de la Cámara Argentina del Libro, una institución “paqueta” que miraba los cambios sociales que se iban produciendo en la Argentina como si fuera el desembarco de los bárbaros. García Mellid tuvo que optar entre conservar su cargo ó ser argentino y eligió; el 17 de octubre de 1945 estuvo en la Plaza de Mayo reclamando la libertad del Coronel Perón. Quizás en consonancia con este gesto vivencial, un año más tarde publicó un libro en que clarificaba el sentido que tienen en nuestra historia los caudillos y las masas que los siguen: “Caudillos y montoneros en la historia argentina”, se titulaba. El gobierno peronista surgido en 1946 lo nombró director de Cultura de la Cancillería y a posteriori en 1949 fue embajador en Canadá. Su otro gran aporte intelectual fue el libro de su autoría “Proceso al liberalismo argentino”, una manera de visualizar la historia de nuestro país a través de la acción de los liberales (conservadores, oligarcas, etc.) en todas las épocas, quedando así al descubierto falsedades y traiciones al por mayor de estos seres “bienpensantes”. Caído el peronismo en 1955 debió exiliarse en Montevideo, donde siguió fiel a las banderas justicialistas. Aportó su pluma y sus ideas a varios diaritos de la Resistencia Peronista. Sus últimos años de vida que se desplazan hacia posiciones de derecha, en nada ensombrecen una vida dedicada a la causa nacional y popular. Falleció de un mal implacable el 11 de enero de 1972. 

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La exoneración de Atilio García Mellid

FUENTE: www.lahistoriaparalela.com.ar

 




La exoneración de Atilio García Mellid

3 Comentarios Publicado el 17 de Febrero, 2012   en Cartas de lectores

Atilio García Mellid ha sido un exponente de primera línea del pensamiento argentino autor de artículos y libros sobre historia y política nacional cuya máxima expresión tal vez la constituya “Proceso al liberalismo argentino”.

Había participado en la fundación de FORJA junto al renombrado Arturo Jauretche siendo de origen radical, tal como aconteciera con la mayoría de los integrantes de tal movimiento.

Hacia 1940 la Cámara Argentina del Libro (CAL) constituída por las principales editoriales del país lo designó gerente de la entidad a fin de manejarla administrativamente teniendo en cuenta su relevancia como escritor e intelectual, amén de su pujanza y saber.

Aquella corporación civil se mantuvo independiente de cuestiones partidarias y política habida cuenta su función profesional y económica pero estableciendo vìnculos muy estrechos con la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) en función de los comunes intereses editoriales. Ahora bien, con el transcurso del tiempo la SADE se enbanderó en el eje opositor al gobierno surgido de la revolución del 4 de junio de 1943 y otro tanto fue haciendo la CAL hacia 1945 enrolándose en el apoyo a la coalición denominada Unión Democrática propiciada por el embajador de EEUU en la Argentina, Spruille Braden, llegando a disponer un asueto al personal de las editoriales a fin de concurrir a la marcha de la Constitución y Libertad en favor de dicho frente electoral.

Atilio Gar­cía Mellid como integrante de la Unión Cívica Radical Junta Renovadora cuya cabeza era Hortensio Quijano apoyó la fórmula que este integrara con Juan Domingo Perón para las elecciones del 23 de febrero de 1945.

Fué así que la muy “democrática” Cámara Argentina del Libro (CAL) procedió a la exoneraciòn del insigne argentino en su carácter de gerente hacia el 5 de febrero en virtud de su pensamiento y accionar cívico lo que fue materia de amplia difusión en los medios de aquella época. Ahora bien ¿Quien sucedió a Atilio García Mellid en la gerencia de la entidad?.

Se trataba de un intelectual antiperonista nacido en Bélgica y fallecido en París donde se afincara a partir de 1951 por no poder soportar al gobierno peronista. Dicho personaje otorgó — con el curso de los años — su apoyo a Fidel Castro de Cuba, a Ernesto Cardenal de Nicaragua y a los partidarios de Salvador Allende de Chile países aquellos dos que visitó oportunamente.

Quien podía ser el gerente sustituto sino… Julio Cortázar. Y así se escribe la historia.

Autor: Rodolfo Jorge Brieba.-

 

 

FUENTE: EL MALVINENSE

EN: www.malvinense.com.ar

 

En la conferencia del día de hoy me voy a referir a un pensador nacional polémico. ¿Su nombre? Atilio García Mellid.

Por Federico Gastón Addisi

 

Y digo que es un pensador polémico porque, a juicio de quien les habla, el centro medular de su pensamiento, plasmado fundamentalmente en su labor historiográfica –aunque para ajustarse mas a la realidad debería decir política-historiográfica – es ni mas ni menos que el protagonismo del pueblo como el centro de la Historia. Y esta simple y sencilla idea ya lo convierte en un hombre polémico tanto para los historiadores liberales que a lo largo de sus publicaciones escamotearon este protagonismo tras el tristemente famoso latiguillo de “civilización o barbarie” a través del cual invirtieron el significado de las palabras, toda vez que para ellos era bárbaro el gaucho, el criollo, el que pensaba y vivía en nacional, como producto de nuestra tierra, y civilización en cambio, era el unitario, el ilustrado que pensaba y vivía a la europea, queriendo reemplazar nuestra realidad por un modelo exterior, o en palabras del propio Mellid: “Bárbaro era cuanto se alineaba en la defensa de lo nacional, en la causa de la justicia para el pueblo”. (GARCÍA MELLID, Atilio, Montoneras y caudillos en la Historia Argentina, Buenos Aires, EUDEBA, 1985 p. 27).

 

Decía entonces, que García Mellid es un autor polémico para los liberales por los motivos que quedaron expuestos, pero también lo es para ciertos autores nacionalistas conocidos como “restauradores”, que más que en el pueblo siempre creyeron en el protagonismo de elites aristocráticas como artífices de la historia. Sin embargo, siempre hay una excepción que confirma la regla, y en este caso fue nada menos que Marcelo Sánchez Sorondo quien dijo: “En cabeza de Perón y a través del peronismo la prédica nacionalista se convirtió en doctrina nacional. Todo el país políticamente mensurable, se reconoce desde entonces en ese espejo que algunos pretenden fragmentar. Por la ancha convicción del pueblo nuestro país descubre que es nacionalista con San Martín, Rosas y Perón”. (SANCHEZ SORONDO, Marcelo, La Argentina por dentro, Buenos Aires, Sudamericana, 1987, p. 419).

 

Por lo tanto, y apenas entrando en tema, tenemos uno de los principales conceptos que Uds tienen que asimilar para comprender el pensamiento de García Mellid: el pueblo como sujeto y protagonista de la historia.

A título personal debo confesar que quien aquí humildemente expone, siempre sintió curiosidad, y hasta me he visto reflejado en varias cuestiones con la personalidad de Atilio García Mellid. Paso a explicarles por qué.

 

Primeramente, nuestro biografiado no provenía de una familia “nacional”, en el sentido político de la palabra, y su educación y formación estuvieron inicialmente signadas por prédicas liberales oficialmente impartidas desde la enseñanza, a través de todos los planes de estudio en todos los niveles; primario, secundario y universitario. Incluso D Atri en su libro “El revisionismo histórico y su historiografía” que forma parte como apéndice del libro de Jauretche, “Política nacional y revisionismo histórico”, editado por Peña Lillo en 1974, señala en la página 136: “Este escritor, luego de un breve paso por la masonería, devino a una posición nacionalista ortodoxa”. Es que como resulta lógico, para quienes no “mamamos el revisionismo y lo nacional” desde la cuna, desde nuestro seno familiar, nuestro primer contacto con la historia y la política es lo que se dicta en colegios, universidades, etc, es decir, la historia oficial. Y para llegar a lo nacional se debe recorrer un doble camino, una doble tarea. Primero hay que desaprender todo lo falso y lo que nos ha llevado al error, y desandar senderos equivocados. Después, aprender la sana doctrina, buceando en nuestra historia y política, y en esa búsqueda que más que histórica es filosófica y teológica, encontrar el camino que nos lleve a la verdad. Este rasgo de García Mellid de tener que “reaprender” me identifica profundamente.

 

Sobre el tema; decía con extraordinaria precisión y terrible crudeza ese patriota que ejerció según Juan Domingo Perón “la primera magistratura moral de la república”, y que se llamaba Raúl Scalabrini Ortiz: “Todo lo que nos rodea es falso o irreal. Es falsa la historia que nos enseñaron. Falsas las creencias económicas con que nos imbuyeron. Falsas las perspectivas mundiales que nos presentan y las disyuntivas políticas que nos ofrecen. Irreales las libertades que los textos aseguran [...] Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer exactamente cómo somos”. ”. (SCALABRINI ORTIZ, Raúl, Política Británica en el Río de la Plata, Buenos Aires, Plus Ultra, 2001, p. 7). O dicho en palabras más sencillas, pertenecientes al inmortal José Hernández, quien escribió nada menos que el libro nacional por excelencia y –dicho sea de paso- su militancia rosista, federal y antiliberal se oculta vilmente:

 

“Hay hombres que de su cencia

Tienen la cabeza llena;

Hay sabios de todas menas, (de todas las clases o categorías. Nota del autor)

Más digo, sin ser muy ducho,

Es mejor que aprender mucho

El aprender cosas buenas”.

 

(HERNANDEZ, José, Martín Fierro. Segunda Parte, Buenos Aires, Distribuidora Quevedo de Ediciones, 2005, p. 259).

 

Otro rasgo de García Mellid con el cual me identifico profundamente es el fino análisis que efectuó de nuestra historia, detectando la constante dicotomía que campea en la misma. Y partiendo de esas dos argentinas, pudo establecer las correspondientes líneas históricas, que no son otra cosa, que los “mojones” que a lo largo de nuestra historia representaron a una u otra corriente política con una coherencia ideológica que apuntaba a la construcción de un modelo de país determinado. Pero más adelante volveré sobre el tema.

Ahora, brevemente, y a título informativo haré una pequeña reseña de su biografía.

 

Atilio Eugenio García Mellid, tal era su nombre completo, nació en Buenos Aires el 4 de agosto de 1901 y falleció el 24 de enero de 1972 en la misma ciudad.

Fue docente, diplomático, periodista e historiador. Desde muchacho tuvo inquietudes literarias y políticas. La impronta juvenil lo inició en la poesía. Entre sus obras poéticas se pueden mencionar: “El templo de cristal” (1924); “Los poemas del mar y la estrella” (1925); “La torre en el paisaje” (1931); “Sonetos del amor divino” (1953). Un comentario aparte merece el poema publicado en el periódico “Norte”, el 24 de julio de 1958, titulado “A Eva inmortal” y cuyos versos iniciales dicen: “Tu cabeza yacente al mundo asomas y ángeles rubios vuelan de tu pelo”.

 

Su labor como periodista la desempeñó como Director de las publicaciones “Itinerario de América”, de la revista “Biblos”, de la Cámara del Libro, dirigida primeramente nada menos que por Julio Cortázar, y “Selección” (Cuadernos mensuales de cultura); donde hacía comentarios bibliográficos Jorge Luis Borges.

Como hombre de letras y perteneciente a la cultura era asiduo concurrente a la Asociación de Escritores Argentinos (ADEA) que fundó Arturo Cancela en la planta alta del Bar Helvetia de Corrientes y San Martín, donde también concurrían Leopoldo Marechal, José María Castiñeira de Dios, Juan Alfonso Carrizo, Rafael Jijena Sánchez, César Tiempo, Horacio Rega Molina, entre otros.

Participó de “La primera Feria del Libro Argentino” (1943), cuya realización fue idea de la Cámara Argentina del Libro, que presidía Guillermo Kraf y de la cual Mellid era gerente.

Como Docente, Atilio García Mellid fue catedrático entre los años 1922 y 1946, e integrante del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, donde colaboró dando conferencias y escribiendo en al menos tres números de su revista.

 

Fue también un apasionado militante político. Afiliado a la UCR, fue uno de los fundadores de FORJA en 1935 hasta su disolución e incorporación al peronismo. En el gobierno de Perón fue Director del Departamento de Cultura de la Cancillería, y en 1948, Embajador en Canadá. Su adhesión al peronismo, le trajo cuando el golpe de la “fusiladora” de 1955, el exilio en el Uruguay y la persecución. En la etapa de la resistencia peronista fue correo del General Perón y permaneció leal, profetizando la vuelta del peronismo al poder, hecho que no pudo ver materializado por su muerte en 1972.

 

Hasta aquí una breve semblanza de la vida de Atilio García Mellid, que como tantos otros pensadores nacionales que hemos estudiado, tuvieron un derrotero que recorrer hasta llegar a incorporarse al campo nacional. También como otros; tuvo sus obras de poesía, siendo esto casi una constante entre los nacionales, tal vez por aquello que decía José Antonio Primo de Rivera: “A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!” (PRIMO DE RIVERA, José Antonio, Obras de José Antonio Primo de Rivera. Edición Cronológica, Madrid, Almena, 1970, p. 69)

Efectuada esta introducción pasaré a continuación al análisis de las obras y el pensamiento mismo de García Mellid.

 

Habitualmente se considera que su primer obra histórica o política fue “Montoneras y caudillos en la Historia Argentina” que data del año 1946, pero según el ilustre maestro, fallecido hace apenas un año, Fermín Chávez, existió anteriormente una obra de la que sólo haré mención por ser la misma inhallable, su nombre es “Firpo y la grandeza nacional” (ver: CHAVEZ, Fermín, Diccionario Histórico Argentino, Bs As, Fabro, 2005, p. 244).

 

Además de la obra mencionada existieron otros trabajos que actualmente son imposibles de conseguir por encontrase totalmente agotados y no haber sido reeditados. Para completar la obra bibliográfica los mencionaré pero en un acto de sinceridad intelectual debo confesar que jamás las tuve en mi poder, y por tanto, no las he leído. Se trata de: “Dimensión espiritual de la revolución argentina” (1948); “La crisis política contemporánea” (1953); “La constitución cristiana de los estados” (1955), publicada en Madrid, y “Explicación del comunismo”, del que ni siquiera se encuentran registros de su fecha de publicación.

Tenemos entonces que la primer obra propiamente dicha de carácter histórico fue “Montoneras y caudillos en la historia argentina”, editada primeramente en 1946, y luego reeditada por EUDEBA, a instancias de Arturo Jauretche en 1974. La repercusión de la obra puede imaginarse señalando que la misma fue “Premio Municipal”, el mismo año de su aparición, y que la misma alcanzó tal trascendencia que cuando la Argentina sufrió el golpe militar de 1976 contra el gobierno democrático de Isabel Perón, los golpistas ordenaron secuestrar los ejemplares de la misma que aún circulaban. ¿Pero que era lo que decía este pequeño libro de apenas 118 páginas que provocaba tanto revuelo?

 

Pues la “obrita” verdaderamente se las trae. Porque ya de movida nomás, en su introducción, en la página 17 el autor señala: “En la Argentina todo lo que cuenta y vale ha surgido del pueblo. La montonera es el símbolo de las ardientes aspiraciones populares; el caudillo es la personificación de los anhelos colectivos: su intérprete y sostén. Entre aquella y ésta queda configurada nuestra democracia: la democracia histórica argentina, en la que radica nuestra soberanía y se define nuestra peculiaridad” (Ibid, p. 17). Más adelante; en el Capítulo 1, pág. 23, García Mellid encuentra la clave de la dicotomía que padece la Argentina, y a partir de allí traza, como hemos dicho anteriormente las líneas históricas que le dan fundamento a cada modelo de construcción de país. Así el autor apunta:

 

“La historia argentina, por lo tanto se bifurca en la lucha por la ley y en la lucha por la libertad. Los <grupos ilustrados>, que son los que pujan por la primera, han constituido, en los diversos períodos el unitarismo, el progresismo, el unicato, el <régimen> y la oligarquía. El pueblo, adherido a la causa de la libertad, ha sido impugnado por tales círculos como gaucho, montonero, compadrito, chusma y descamisado. La realidad, que está por debajo de los calificativos, es que unos y otros representaron y representan: la legalidad frustránea y las libertades genuinas. En la pugna de tales conceptos queda delimitada toda la historia política argentina. En el esquema simple, caben las luchas de los caudillos, las polémicas de los doctores, las controversias de los partidos y todos los azares y fracasos de la organización institucional. Más que de dos criterios políticos, se trata de dos formas de sentir el país, de dos maneras de interpretar el destino de los argentinos...”

 

Luego en la página 27, Mellid remata el concepto diciendo:

 

“La ley y la libertad, tomadas en sentido dialéctico, se originaban en dos estratos igualmente antagónicos: la <ilustración> y la <barbarie>. De una y otra saldrían, consideradas en su desarrollo político, los <unitarios> y los <federales>, en cuyo origen –más que en las doctrinas- se nutrirían las discrepancias insalvables que habrían de caracterizarlos”.

 

Atilio García Mellid ha dejado en estos breves párrafos claramente expuestos los motivos de las diferencias políticas argentinas, de la antinomia permanente que persiste a lo largo de la historia. Y la clave no es otra que la lucha del país real contra el país formal o legal. Ya lo decía el Pepe Rosa cuando nos hablaba sobre la posible conciliación de opuestos, la valoración favorable o desfavorable que se haga de Rosas o Rivadavia, de federales o unitarios, dependerá primeramente de lo que se entienda por “patria”. Porque dos concepciones antagónicas se enfrentaron desde los comienzos mismos de nuestra historia. “Dos concepciones de la argentinidad que naturalmente tendían a excluirse la una de la otra: para unos la patria nacía consubstanciada con el sistema político burgués y el patriotismo consistía en traer la <civilización> europea, por lo menos en su exterioridad más evidente, que era el régimen constitucional, y en su realidad económica que era el régimen capitalista [...] esto era llamado civilización [...] Pero para otros argentinos, para la inmensa mayoría de los argentinos, la patria era algo real y vivo, que no estaba en las formas, ni en las cortes extranjeras ni en las mercaderías foráneas. Era una nacionalidad con sus modalidades propias, su manera de sentir y de pensar que le daban individualidad. No estaba en los digestos legales sino en los hombres y las cosas de la tierra [...] Hubo una Argentina formal y una Argentina nacional: aquella se manifestó en la parte <principal y sana del vecindario>, y ésta en el pueblo todo sin distinción de clases”. (ROSA, José María, Estudios Revisionistas, Bs As, Sudestada, 1967, pp. 23 y 23).

 

Después de leer los conceptos de García Mellid y de José María Rosa queda totalmente claro cuál es el eje del enfrentamiento que divide a los argentinos. Y este hallazgo es uno de los méritos que tiene “Montoneras y caudillos”, y es precisamente uno de los motivos por lo que se convierte en un libro indigerible para los liberales, siempre ligados a la antipatria. Porque, lamentablemente para ellos, no vivimos en la Torre de Babel, aunque hoy pretendan darle un sentido "babélico” a las palabras, y por lo tanto “patria” tiene un único significado, que según el Diccionario de la Real Academia Española: “Proviene del latín que significa <tierra de los padres>; es el lugar, población o país donde se ha nacido.”Por consiguiente y como lo indica la etimología, la patria es, ante todo, un suelo, un territorio, pero no sólo eso, sino que como “tierra de los padres” se comprende que la patria es por esencia una tierra humana, una tierra mía y de mis compatriotas, que a su vez posee una herencia que es irrenunciable y que le da una identidad. Por lo expuesto, patriotas eran quienes habían defendido el suelo, el territorio, la soberanía, al pueblo, y no quienes dictaron leyes, instauraron instituciones o establecieron constituciones. Y esto lo dice claramente García Mellid. Y para colmo, establece con claridad quienes fueron los hombres que representaron a esa Patria genuina, y así lo decía:

 

“El general Rosas fue un símbolo de las ingenuas pero ardientes aspiraciones de la muchedumbre que querían hacerse parte del destino nacional. Yrigoyen sopesó esa realidad social argentina y recuperó para el servicio de la patria a esas masas despreciadas por el oligarca, revalorizando en su vigorosa substancia autóctona al gaucho, al compadrito y la chusma, que ascendieron de nuevo a su condición de paisano, de ciudadano y de pueblo. El coronel Perón, por medio del manejo simple de las realidades vernáculas, captó la verdadera antinomia que recorre nuestra historia […] Por obra del coronel Perón se ha puesto en marcha una vez más la prístina levadura histórica argentina”. (GARCIA MELLID, Atilio, Montoneras y caudillos en la Historia Argentina, EUDEBA, Buenos Aires, 1974; cita en: FRENCH, Carlos Rubén, Semblanza de Atilio García Mellid, Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, N? 63, 2001-2002, p. 49).

 

“No trepidó el coronel Perón en afrontar su deber hasta el fondo. Su corazón generoso, su máscula pujanza, su orgullo de ser uno en el pueblo, le alentaron y sostuvieron. No le temió al calificativo de <bárbaro>, ni rehuyó la acusación de <montonero>. A quien anduvo tantos caminos, en la pampa y en las montañas nativas, y también en las tierras <gringas>, no podía escapársele que la montonera criolla es la medida de nuestra libertad. La montonera primitiva, desde el terrible año 20 hasta el 52, sostuvo e impuso el federalismo; la montonera radical, desde el 90 hasta el año 12, luchó y logró implantar el sistema político de su soberanía; la nueva montonera, que desde la muerte de Yrigoyen había quedado sin jefatura y destino, aspira a fundar una auténtica democracia social argentina”. (GARCIA MELLID, Atilio, Montoneras y caudillos en la Historia Argentina, Buenos Aires, EUDEBA, 1974; p. 112). Después de semejantes conceptos creo que está demás abundar en explicaciones de por qué el libro “Montoneras y caudillos en la historia argentina” fue retirado de circulación cuando los personeros de la antipatria, al servicio de la plutocracia internacional, derrocaron al gobierno de Isabel Perón en 1976.

 

En una síntesis de las ideas fuerza del libro analizado y con el riesgo de pecar de reduccionista, lo que les tiene que quedar claro son dos elementos que aparecen como distintivos del pensamiento de García Mellid y que reiteradamente se mencionan en la obra; estos son: la dicotomía de la historia argentina, encarnada en el país formal y legalista, o en el país real. Y el otro aporte importantísimo, con el cual me identifico plenamente, como ya he dicho, es la construcción de una línea histórica nacional, en este caso, representada por Juan Manuel de Rosas, Yrigoyen y Perón.

 

La segunda obra que voy a analizar con Uds data del año 1950, publicada en Bs As, por la editorial Hechos e Ideas, y lleva el nombre de “Etapas de la Revolución Argentina”. Este libro fue el fruto de dos conferencias dictadas por García Mellid en la Embajada Argentina en Canadá cuando cumplía en aquél país tareas diplomáticas. En este pequeño libro, de apenas 61 páginas el autor señala con acierto que en la América Hispana, en materia de derecho “hemos tenido antes los Códigos, que la auténtica canalización de las costumbres [...] Es por esta causa que todo lo que ha pretendido sostenerse como <normalidad constitucional>, como <orden legal>, ha sido habitualmente lo antinacional, lo que asfixiaba, destruía o impedía la auténtica manifestación de las libertades del pueblo”. (Ob. Cit., p. 11). En páginas posteriores teoriza que la historia argentina esta dada en cuatro etapas fundamentales, estas son: 1) La historicidad, 2) La institucionalidad, 3) La politicidad, 4) La integración. Cada una de estas etapas tuvo sus máximos representantes que la llevaron adelante, con lo cual, nuevamente García Mellid, marca una línea histórica con “mojones” que aportaron a la construcción de un proyecto nacional. A su entender, en la etapa de la lucha por la historicidad el papel central lo tiene durante las invasiones inglesas el conjunto del pueblo de Bs As; y durante las luchas civiles, lo posee Don Juan Manuel de Rosas. Respecto a las invasiones inglesas y el rol del pueblo durante las mismas, García Mellid ofrece lo que a mi entender es lo más interesante del libro. Y esto no es otra cosa que tomar las invasiones como clave para desentrañar toda nuestra historia, “porque en aquellos episodios se advierten los tres elementos que siguen actuando hasta nuestros días: el elemento conquistador, que considera a las tierras americanas como campo propicio para explotaciones y rapiña; las llamadas clases dirigentes, que sumisas a los dictados extraños, olvidan sus deberes para con el medio nativo y actúan como aliadas del invasor o del inversor extranjero; y el elemento popular [...] que lleva en la llama de su corazón todos los instintos defensivos de la libertad de la patria y de la dignidad que al hombre se le debe”. (Ob. cit. p. 12). Casualmente, o no tanto, mi maestro, el Profesor Jorge Sulé, sostiene que la llave de la bóveda para la interpretación de la historia desde una perspectiva revisionista consiste justamente en los elementos mencionados anteriormente en el libro de Mellid, sólo que con el agregado de que el pueblo se defiende instintivamente con lo que tiene a mano y se encolumna siempre detrás de sus líderes naturales, estos son los caudillos. Quién detecta estos elementos en los diversos sucesos de nuestra historia dice el Profesor Sulé, tiene abierta la comprensión a muchos sucesos de nuestro pasado que de otra manera serían de difícil o nulo entendimiento. De más está decir que coincido en un 100% con mi maestro.

 

Volviendo al análisis del libro que nos ocupa, no queda demasiado por decir, pues lo sustancioso del mismo acabamos de desmenuzarlo detalladamente. En lo que a las otras etapas que señala el autor como parte de nuestra historia, sólo se puede decir que le atribuye la lucha por la institucionalidad a las masas federales que después de Caseros buscaban que el país se diera un ordenamiento constitucional. Opinión esta más que discutible, pero como ya se verá oportunamente, es siempre discutible el concepto que tiene el autor sobre los sucesos de Caseros, en particular, sobre el proceder de Urquiza. La lucha por la politicidad tuvo a criterio de nuestro biografiado, a Don Hipólito Yrigoyen; en tanto que la cuarta y última etapa, esta es, la de la integración, encargada de fusionar lo nacional con lo social, quedaba destinada al peronismo. Finalmente, en el capítulo II del libro, el autor hace una apología y una defensa de la gestión del gobierno de Perón hasta aquellos días. Muestra de ella es el párrafo que transcribimos por considerarlo de lo más sustancioso, además de insistir García Mellid, en las simetrías entre Perón y Rosas: “La reforma financiera aplicada por la Revolución Nacional Argentina, escapa a los moldes clásicos de la economía liberal o capitalista, sin inclinarse a los métodos preconizados por la economía totalitaria o estatal. Consiste en una solución intermedia, de fines sociales, inspirada en la realidad argentina y destinada a promover los remedios adecuados a la naturaleza de los fenómenos económicos actuantes en su seno [...] Pretender desconocer o retacear el significado de este grandioso episodio de nuestra recuperación económica, no es lícito ni patriótico, encuadrando a quienes en tan menguada posición se colocan, en la misma triste condición de aquellos argentinos que, cegados por el odio a Rosas, se unieron al extranjero para someter la patria y derrocar a su gobierno. La historia suele ofrecer estas analogías, tanto más posibles cuanto menor ha sido la condenación de los desafortunados predecesores”. (Ibid, pp. 37 y 41).

 

Nuevamente a modo de síntesis; creo que lo más rico que nos deja esta obra de García Mellid, es el método de análisis histórico con esos tres elementos que polidialectizan entre sí y que los constituyen; como quedó dicho, el elemento conquistador que se proyecta sobre estas tierras y no precisamente con fines filantrópicos; las oligarquías vernáculas, siempre minoritarias pero muy poderosas, aliadas por intereses de clase con la metrópoli; y el elemento popular que con lo que encuentra resiste defensivamente los embates de quienes pretenden dominarlos, casi siempre, con un jefe o caudillo que los representa y se pone al frente de sus luchas.

Para analizar la tercera y cuarta obra, me voy a permitir una licencia y alteraré el orden cronológico que hasta el momento venía siguiendo, de modo de dejar para el final la que considero la obra cumbre de García Mellid, me refiero a “Proceso al liberalismo argentino”.

 

Por lo tanto la obra que comentaré a continuación es una pieza historiográfica magnífica que le valió a García Mellid, ser condecorado por el Gobierno del Paraguay, en ese momento presidido por Stroessner; su nombre es “Proceso a los falsificadores de la historia del Paraguay” y fue publicada en 1964. Como dato de color debo agregar que recibió la misma condecoración, otro eminente representante del revisionismo histórico, como lo fue Don Pepe Rosa. La obra efectuada por el Dr. Rosa y los estrechos vínculos de amistad que supo cosechar en el país guaraní, le valieron cuando asumió el tercer gobierno el General Perón, el puesto de Embajador en Paraguay. De “Proceso a los falsificadores de la historia del Paraguay” he seleccionado algunos pasajes que creo son de gran importancia por los entramados políticos que denuncia el autor y en los cuales estaban complicados algunos de los “próceres” del liberalismo. De este modo se refiere Mellid a Urquiza: “Su posición era la de conquistar la alianza del Brasil, o la de integrar a Entre Ríos y Corrientes en una nacional separada, si aquel plan fracasara. Exponiendo este orden de ideas, le escribía al gobernador Pujol, de la provincia de Corrientes: <Por lo demás usted crea que he de ser el último nombre que desespere de la Confederación Argentina, obra ligada hoy a mi gloria y a mi nombre. Más cuando todos mis esfuerzos hayan fracasado y la nacionalidad que por tantos títulos debe sernos cara se disuelva, para no reunirse jamás, entonces me encontrará usted pronto para formar un cuerpo político, independiente, fuerte y compacto de las provincias de Entre Ríos y Corrientes>”. Este simple pasaje desnuda dramáticamente la traición en la que se hallaba envuelto el Sr. Urquiza, dispuesto a la secesión del territorio de la Confederación con tal de no ver perjudicados sus intereses personales. En otro tramo del mismo libro señala el autor que: “En 1857, Brasil envió al Río de la Plata la misión de Paranhos, la que despertó fundadas sospechas en todos los ambientes paraguayos. El cónsul en Buenos Aires, don Buenaventura Decoud le escribió al presidente López, transmitiéndole las noticias alarmantes que le llegaban de Entre Ríos. Según las mismas, se evidenciaba que los brasileños y Urquiza estaban decididos a declararle la guerra al Paraguay, pues los preparativos que estaban haciendo eran idénticos a los que en su momento se habían organizado contra Rosas”. Los documentos prueban que el tema de la guerra contra el Paraguay estuvo presente en los debates, y que Urquiza patrocinó esa idea.

 

Otro párrafo estremecedor, y que quizá contenga una remota causalidad de lo que después fue el asesinato de Urquiza era el siguiente: “Los amigos de Urquiza, leales soldados del federalismo, se movían por principios ideales y estaban en el cauce auténtico de la nacionalidad, definida por sus tradiciones, su personalidad histórica y las esencias peculiares de su genio. Ellos advertían lo que tenían de nocivas las ideas liberales, que Mitre y sus adeptos trataban de imprimir sobre el alma nacional, comprendían que su deber los obligaba a expulsar ese cuerpo extraño, para que la Nación y el pueblo recuperaran el manejo pleno de su autonomía. Para esos hombres, puros e idealistas, el Paraguay era una parte inseparable de su territorio espiritual, los enemigos eran Mitre, el Imperio, el liberalismo, los porteños… Tal como el general Ricardo López Jordán se lo dijo a Urquiza, cuando éste ordenó la movilización de las caballerías entrerrianas para ir en apoyo del Brasil y contra el Paraguay. <Usted nos llama para combatir a Paraguay – le contestó –. Nunca, General; ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos a pelear a porteños y brasileños. Estamos prontos, esos son nuestros enemigos>”.

 

Llegaron las horas decisivas y Urquiza se inclinó con todo el peso de su gravitación y de sus medios hacia el partido de Brasil. Un hombre que estudió con seriedad y pasión la vida y conflictos de las naciones de la cuenca del Plata, el Mexicano Carlos Pereyra, expresó este juicio lapidario: “<Urquiza, el jefe entrerriano, después de traicionar la causa de su raza, traicionó la causa de sus corruptores, y en vez de peor por éstos, ya que no había peleado por los Paraguayos, esquilmó a los brasileños, haciéndose vivandero de la expedición>”.

 

La acusación contra el “libertador de Caseros” es categórica y no deja resquicios para la duda. Porque, es necesario decirlo con todas las letras, Urquiza ya había perdido su alma frente al becerro de oro en Caseros, pagado por los brasileños, y de allí en más, sólo se dedicó a enriquecerse a costa de las vicisitudes políticas de los pueblos. Así fue como utilizó la Guerra del Paraguay para venderle caballada de su propiedad a las tropas brasileñas: “Lo que no trascendió en el momento de la operación, empezó a saberse poco después, cuando don Mariano Cabal, socio de Urquiza, iba haciendo entrega de las grandes partidas de caballos adquiridas por los brasileños. El cónsul, Rufo Caminos le escribía a Berges: <el rengo D. Mariano Cabal, socio que fue del general Urquiza en la compañía de vapores, ha contratado con los Macados entregarles 30.000 caballos a 13 patacones, cuyo negocio se asegura que lo hace con su antedicho socio>”. La opinión inglesa sobre tan deslucidas actitudes, fue expresada por Cuninghame Graham, en su libro terminado en Ardoch, en 1933, dice que Urquiza, “<el sátrapa de Entre Ríos, era el hombre del misterio de esta guerra>”, agregando más adelante: “<a través de toda la guerra, su actitud fue ambigua, pues por una parte recibía mensajes de López, y por otra escribía a Buenos Aires expresando que pronto tendría un ejército numeroso listo para entrar en campaña. Al fin no se inclinó por ninguno de los contendientes, pero obtuvo sus cifras enormes vendiendo ganado a los aliados>”. Frente a tanta traición, fue nuevamente el inmortal Hernández, autor del Martín Fierro quien dijo las palabras precisas y proféticas: “El general Urquiza vive aún, y el general Urquiza tiene también que pagar su cuota de sangre a la ferocidad unitaria, tiene también que caer bajo el puñal de los asesinos unitarios”. Pues no fueron los unitarios quienes le dieron muerte, pero esta lo alcanzó de todos modos, comprobando una vez más que quien mal anda, mal acaba.

 

Anteriormente había señalado que Mellid fue un militante activo del peronismo en la resistencia, no sólo con su pluma, sino también, actuando como correo del General Perón. De ésta época en el exilio y a modo de comentario final sobre el libro que acabo de comentar, citaré una carta que Perón le escribiera a nuestro biografiado: “Madrid, 7 de agosto de 1964, Sr Atilio García Mellid. Mi querido amigo: He recibido y leído su nuevo libro <Proceso a los falsificadores de la historia del Paraguay> y lo encuentro magnífico en todo sentido, pero especialmente extraordinario dentro del procesamiento de las oligarquías antinacionales que usted viene realizando con tanto talento como éxito. Usted sabe el cariño que yo tengo a ese pueblo digno de admiración, al que tengo el honor de pertenecer como ciudadano honorario, y considero que su libro abre un curso a la historia de nuestros países en los que los historiadores oligarcas hicieron de las suyas, falsificando la verdad e indignificando más los hechos que pretendieron explicar con sofismas que ni ellos mismos creyeron. Los paraguayos y los buenos argentinos lo han de haber recibido con verdadero alborozo, porque pone las cosas en el lugar del cual no debieron haber salido nunca, si como mantenemos la verdadera historia es verdad y es justicia, aún cuando no agrade a muchos de los que están ligados a los que la protagonizaron. Es indudable que <La Nación> ha de haber puesto el grito en el cielo, pero ahí están los hechos que valen mucho más de cuanto se pueda alambricar con subjetividades deformantes [...] Usted comprenderá así la inmensa satisfacción con que he leído su libro, que me decido ahora a releerlo para estudiarlo más concienzudamente, porque su contenido tan documentado y circunstanciado, no puede penetrarse en plenitud sin un profundo análisis. Muchas gracias por todo. Un gran abrazo. Juan Perón”. (PERON, Juan Domingo, Correspondencia II, Bs As, Corregidor, 1983, pp. 64 y 65).

 

La cuarta obra que comentaré, corresponde al año 1967, y su nombre es “Revolución nacional o comunismo”. Si al comenzar la conferencia señale que García Mellid fue un pensador polémico, este libro constituye a mi entender, el que más polvareda levanta. Por empezar hay que decir que no se trata de un libro de historia sino que es una obra eminentemente política. En la misma el autor hace un análisis de la doctrina marxista y las distintas mutaciones que fue sufriendo hasta llegar a su intento de mimetización con lo nacional, tratando de infiltrarse en los movimientos nacionales y cómo, en definitiva esto constituye la prueba de la derrota del comunismo. Analiza; desde la infiltración en la Iglesia, a través de la “Teología de la liberación”; hasta la creación en Europa de las democracias cristianas plagadas de marxismo lavado; pasando por el fenómeno del panarabismo y panafricanismo; y el intento de la llamada “izquierda nacional” por copar el peronismo. De esta obra citaré sólo algunos de los párrafos más “jugosos” como para que todos uds se queden pensando y reflexionando sobre las ideas vertidas. Decía Mellid sobre el materialismo: “Las teorías que se asientan sobre la realidad existencial de los valores utilitarios, sin profundizar las corrientes soterráneas en que se generan los valores idealistas del ser, pasarán, junto con la ola de hedonismo que las provoca, sin dejar huella en las hondas vivencias de la historia. Este es el destino próximo del capitalismo y de su progenitor, el liberalismo económico; también lo es el de las perversas alienaciones del intelecto, llamadas socialismo, marxismo, comunismo, sovietismo o chinoísmo. El devenir histórico no puede construirse sobre la fragilidad de esquemas unilaterales ni de extraviadas interpretaciones”. (GARCIA MELLID, Atilio, Revolución nacional o comunismo, Bs As, Theoría, 1967, p. 12).

 

Acerca del marxismo apuntaba: “El fracaso del materialismo histórico resultaba claro, todavía en vida de Engels. Muerto Marx en 1833, Engels empezó a descubrir muchas de las insuficiencias y errores que la doctrina contenía [...] Engels se creyó obligado a declarar <Cuando falseando nuestra doctrina se nos hace decir que el factor económico es el único decisivo, se nos atribuye una opinión absurda y abstracta> [...]” Marcando lúcidamente las diferencias entre el “Tercer Mundo” y la Tercera Posición de Perón, García Mellid distinguía: “Congelados los bloques en pugna –el capitalista y el comunista-, rápidamente comprendió el marxismo que su mayor capacidad de maniobra le permitiría aprovechar en su beneficio la indefinición e ingenuidad de los llamados <países no alineados> [...] Todo consistía en alentar una supuesta política no comprometida, infiltrando en los cuadros vagas promesas de emancipación, consistentes en el <anticolonialismo>, el <nacionalismo tribal>, la <democracia de color>, y el <realismo socialista> [...] Esta no era por cierto la tercera posición que un presidente argentino –el General Juan Perón- propició en 1947. Su sentido coherente estaba dado por los valores espirituales –católicos, latinos, hispánicos- que la inspiraban. Su radical oposición a los dos imperialismos en conflicto surgía naturalmente de sus propios enunciados. La proposición, lanzada el 6 de julio de 1947, abogaba por <el abandono de ideologías antagónicas y la creación de una conciencia mundial de que el hombre está sobre los sistemas y las ideologías, no siendo por ello aceptable que se destruya la humanidad en holocausto de hegemonías de derecha o de izquierda>” (Ibid, p. 73).

 

La pluma aguda y crítica también cayó sobre la democracia cristiana de la que nuestro autor opinaba: “Una de las grandes paradojas de ese mundo que dice defender la civilización occidental y cristiana, es que donde actúan partidos que se califican de <cristianos> es donde los comunistas logran, por vía indirecta, sus mejores victorias. En efecto; si bien los elementos comunistas no han logrado conquistar el poder, influyen de manera importante en las decisiones del gobierno, mediante la infiltración de su ideología en grupos internos de las llamadas <democracias cristianas>” (Ibid, p. 125). Para agregarle un toque de buen humor a esta exposición, me permito recordar la opinión que tenía Perón sobre la “democracia cristiana”. Sobre ellos decía que eran “pececitos colorados que nadaban en agua bendita...” Retomando el análisis, no quedó afuera de la crítica cierto sector del nacionalismo:

 

“Más beneficia al marxismo el enfrentamiento de los reaccionarios, que sus propios méritos, que no son sino producto de dolorosos espejismos. La primera exigencia del anticomunismo, en función de la dinámica histórica del tiempo a que pertenecemos, es la de ser profundamente social [...] El anticomunismo, como que sucede al anticapitalismo deber ser otra cosa. Asumido su carácter de revolución, está obligado a sostener modificaciones estructurales revolucionarias. Para serlo, no hay otro camino que el de servir al bien común, que es el bien del pueblo. Sin la presencia activa del pueblo, no puede haber política, ni sociedad, ni Estado [...] Hoy se considera que la democracia debe dirigir el proceso económico y resolver el problema social. El nacionalismo no puede mantenerse ajeno a este curso inexorable de la historia. La fórmula de un <nacionalismo> que para frenar el progreso económico y social, busca la solución política del despotismo, es tan anacrónica como aquellos partidos conservadores de cuya entraña ideológica saliera [...] No puede haber nacionalismo que no se sienta fuertemente inclinado a la vida social. Puesto que la Nación y el pueblo constituyen los elementos primordiales para cuya realización plena funciona el nacionalismo, no puede concebirse que se abandonen los dos instrumentos que configuran sus derechos inalienables: el de la soberanía de la Nación y el de la justicia para el pueblo [...] Quienes intentan usar la religión como dique para detener el justo avance de los derechos sociales, no pueden decirse nacionalistas, ni escapan a la condenación del Santo Padre. Una nueva conciencia, una filosofía más virtuosa y una sensibilidad social más afinada, caracterizan a los modernos nacionalismos. Muy lejos quedaron aquellos movimientos como el de Charles Maurras que identificaba la monarquía con los privilegios de las llamadas “clases superiores”. (Ibid, pp. 229, 231, 241, 243, 244).

 

Para terminar, Mellid analizaba el intento del marxismo de infiltrarse en el peronismo y proféticamente decía: “Quienes en nombre de una interpretación materialista de las luchas sociales, aspiran a captar al elemento peronista, ignoran que uno de los principios enunciados al iniciarse ese movimiento, aclaró que <nuestra política social tiende ante todo a cambiar la concepción materialista de la vida en una exaltación de los valores espirituales>. Lo que entonces se puso en marcha fue una revolución nacional, sin el menor contenido marxista [...] En cuanto al movimiento sindical, se consideraba natural que actuara en función de ideologías extrañas y destructoras [...] Desfilaban con la bandera roja y cantaban la Internacional. La nueva política logró el milagro de nacionalizar a los obreros, poner los Sindicatos al servicio de una causa argentina y hacer que la emoción de los trabajadores se centrara en los símbolos de la patria y de las auténticas tradiciones de nuestra historia [...] La llamada <izquierda nacional> pretende saltar sobre el ancho campo de sentimientos y convicciones en que esas multitudes se formaron; pero no hacen sino dar un salto en el vacío. Podrán ganar prosélitos entre las juventudes universitarias [...] Prosperarán acaso ente ciertos alienados de la intelligentzia [...] Es probable que ganen la adhesión de las oligarquías liberales, que también carecen de ataduras éticas y practican la filosofía del materialismo. Pero las masas obreras, que en su inmensa mayoría asimilaron y conservan la doctrina del peronismo, no podrán conciliarse jamás con banderas que derrotaron por retrógadas, ni abdicarán de los emblemas en que adquirieron esa dignidad de vida y ese decoro personal que les niega el comunismo”. (Ibid, pp. 286-289).

 

Atilio García Mellid, como quedó dicho con anterioridad debió exiliarse en el Uruguay por su militancia peronista. Fue allí que escribió en 1957 su obra más difundida: “Proceso al Liberalismo Argentino”’, que dedicó “Al Pueblo de mi Patria” caracterizándolo como “el protagonista auténtico de nuestra historia, porque los doctores liberales lo escarnecieron y menospreciaron, cargándole sus crímenes y apoderándose de sus glorias”.

 

Se vivían momentos de dramática crisis política por la proscripción del peronismo y la derogación por proclama militar (emitida por el gobierno de facto) de la Constitución de 1949. Y García Mellid atacaba esa arbitrariedad hablando del“fetichismo constitucional de los liberales”: “Son los monjes que custodian el templo de los falsos ídolos. Ninguno tan reverenciado como el de la Constitución (de 1853). ¡Ah! cuando un liberal habla de la Constitución parece que se desmaya; pone cara angelical, suspira con el vientre (que es la forma reverencial con que suspiran los liberales) y se abandona a los más dulces deliquios doctrinarios”. Por eso les contestaba con claros conceptos de Juan Manuel de Rosas: “Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto de una Constitución, que no se quiere buscar en la vida práctica sino en el gabinete de los doctrinarios. Si tal Constitución no responde a la vida real de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno”.

 

No conforme con estas observaciones, todo su libro constituye un alegato donde se acusa al liberalismo y a su procerato, con Rivadavia, Sarmiento, Mitre y Echeverría a la cabeza de haber traicionado a la Patria, ligando los intereses de las clases dominantes al imperialismo, en detrimento del pueblo y de la soberanía de la Nación. La obra de García Mellid denunció que ya en los albores de la nacionalidad aparecieron los gérmenes de un plan disolutorio: “correspondió a Rivadavia y sus satélites dar poderoso impulso a esa construcción teórica y advenediza que todavía hoy perturba la vida argentina”, decía. “El Libertador, general don José de San Martín, tuvo la genialidad de descubrirlo y denunciarlo”.

 

Atilio García Mellid luchó denodadamente para invertir esa imagen de “pueblo bárbaro e inculto” y “caudillos tiranos y sanguinarios” que la historia liberal se empeñó en instalar, exaltando por el contrario, la participación del Pueblo y sus caudillos como artífices de la historia y paladines de nuestra nacionalidad. Se constituyó, al decir de Norberto D Atri, en una de las “principales expresiones del revisionismo histórico” (D Atri, Norberto, El Revisionismo histórico. Su historiografía, en: Jauretche, Arturo, Política Nacional y Revisionismo Histórico, Peña Lillo, Buenos Aires, 1959, p. 67).

 

 

 

 

OBRAS:

 

 

FIDELIDAD HISTORICA DE LA REVOLUCION DE MAYO * Por Atilio García Mellid.

La falsificación de la historia que entre nosotros consumaron los liberales tiene su punto de arranque en los acontecimientos de Mayo de 1810. Esto es muy grave; pues, para que los argen­tinos sepamos qué somos, qué queremos y a dónde vamos, es previo sopesar y medir con espíritu ecuánime los pasos iniciales de la na­cionalidad. Solamente así podremos verificar, que lejos de la inter­pretación corriente, no somos una parte indiferenciada de la histo­ria del liberalismo en el mundo sino una parte integrante, pero libre y soberana, de la historia hispánica en América.

De España y del catolicismo nos vienen las esencias que confi­guran nuestra personalidad nacional; también de esas fuentes espi­rituales v morales provienen los impulsos que nos llevaron insensible­mente a una emancipación política que no estaba en los planes ini­ciales de la revolución. A la mentira grande de que las ideas libe­rales habían forjado una conciencia independentista y antiespañola, oponemos los documentos y la constante ratificación de una fideli­dad que no fue desmentida por aquellos primeros actos en que se manifestó nuestravocación de autonomía.

El eje de la interpretación liberal de Mayo de 1810 —eso que suele denominarse “el dogma de Mayo”—, es la figura de don Ma­riano Moreno. Él tenía conformada en su mente, según sus panegi­ristas, la imagen de la patria libre, regida por los grandes principios del liberalismo. Su formación mental le habría permitido captar las sustancias animadoras del sistema liberal, merced al canónigo doctor Matías Terrazas, que le proporcionó, durante el período de sus estudios universitarios en Charcas, las obras de los filósofos enciclope­distas y de la Ilustración, que estaban prohibidas por la censura eclesiástica. Armado con estas teorías de contrabando y como si respondiera a unplan prefijado, vino a nosotros y se transformó en “el numen de la Revolución”.

Todo esto es leyenda romántica o interesado propósito de darle a los acontecimientos de 1810 una filiación que de ninguna manera tuvieron. Moreno no se salió de la línea del pensamiento fiel a la monarquía española y conservó intacto el depósito de las doctrinas cristianas, como fundamentos ambos de nuestra indisoluble perso­nalidad. No tuvo con anterioridad a Mayo de 1810, el menor plan o propósito de independencia y ni siquiera participó de la trama secreta que provocó aquellas agitaciones. En la biografía hecha por su hermano Manuel, se dice: “Sería una injusticia creer que el doctor Moreno tomó parte activa en la Revolución de su país, sin un examen serio de las causas que la producían… jamás intentó inquietar su espíritu [de sus conciudadanos] o promover la rebelión… Muchas horas hacía estaba nombrado Secretario de la nueva Junta, y aún estaba totalmente ignorante de ello…”1. Esta referencia insospe­chable hecha por el suelo la tesis del liberalismo.

Pero resulta, además, que Moreno no asistió sino a la reunión de vecinos realizada en el Cabildo el día 22. Se- anotaron allí 224 presentes, quienes, por el voto de 155 de ellos, declararon: “En la imposibilidad de conciliar la tranquilidad pública con la permanen­cia del Virrey y del régimen establecido [el Virrey era el teniente general Baltasar Hidalgo de Cisneros, nombrado por la Junta de Cádiz, que se desempeñaba en el cargo desde el 30 de julio de 1809], se faculta al Cabildo para que constituya una Junta del modo más conveniente a las ideas generales del pueblo y a las circunstancias actuales, en la que se depositará la autoridad hasta la reunión de los diputados de las demás ciudades y villas”. ¿Qué hizo Moreno en esa asamblea a la que los liberales consideran el embrión de la empresa emancipadora? Emitió su voto limitándose a decir que “reproducía en todas sus partes el dictamen de don Martín Rodríguez”. Quedó luego acurrucado y caviloso, lo que movió al doctor don Vicente López y Planes a acercársele, expresándole que todo había salido muy bien. Moreno le contestó: “No, amigo: yo he votado con uste­des por la insistencia y majadería de Martin Rodríguez, pero tenía mis sospechas de que el Cabildo podía traicionarnos; y ahora le digo a Usted que estamos traicionados. Acabo de saberlo, y si no n prevenimos, los godos nos van á ahorcar antes de poco…”2. No ha de referirse -a este deslucido papel, sin duda, el doctor Ricardo Rojas, cuando dice que “su pensamiento pone un móvil cívico en el valeroso pecho de los ciudadanos, y un lampo de ideal en los aceros de los combatientes” 3. Palabras y frases huecas de las que rebalsa la historia al uso de los liberales.

El día 23, en una reunión subrepticia, los elementos peninsula­res nombraron una Junta provisoria presidida por el Virrey; la inte­graban el presbítero doctor Juan Nepomuceno Sola, el doctor Castelli, el coronel Saavedra y el comerciante don José Santos Inchaurregui. Las reacciones que esto provocó obligaron a la renuncia de los cita­dos, derivándose así a la asamblea de Cabildo Abierto del 25 de Mayo. En contra de lo que dicen ciertas crónicas, el pueblo tuvo mínima participación en estos sucesos; todo se amañó en el cuartel de Patri­cios. Un alférez de ese cuerpo, don Nicolás Pombo de Otero, redactó la nota que se presentó al Cabildo, a la que agregó de su letra firmas falsificadas y otras repetidas para dar impresión de que las demandas en ella contenidas contaban con mayor concurso de voluntades. De estas artimañas surgió la Junta Provisoria Gubernativa —llamada Pri­mera Junta—, compuesta por el coronel Cornelio Saavedra como presidente, vocales el doctor Juan José Castelli, el licenciado Manuel Belgrano, el brigadier Miguel de Azcuénaga, el presbítero doctor Manuel Alberti, don Domingo Matheu y don Juan Larrea, y secre­tarios los doctores Juan José Paso y Mariano Moreno. Los vocales Matheu y Larrea eran nativos de España. Conforme se ve, por lo tanto, la influencia poderosa, hasta estos momentos, era la del coronel de Patricios, Saavedra; Moreno, por el contrario, ignoraba inclusive su designación.

La Junta se instaló el mismo día_25 de Mayo; en ese acto que­daron ratificados los sentimientos de lealtad que animaban a sus miembros sin excepción alguna. Pues el Acta de instalación consigna que, “hincados de rodillas, y poniendo la mano derecha sobre los Santos Evangelios, prestaron juramento de desempeñar lealmente el cargo, conservar íntegra esta parte de América a nuestro augusto Soberano el Sr. Fernando VII y sus legítimos .sucesores, y guardar puntualmente las leyes del Reyno”. ¿Dónde está, pues, el ánimo insurreccional? No ha de encontrársele en la Proclama al país, lan­zada al día siguiente, pues-en ella se dice: “Un deseo eficaz, un celo activo y una contracción viva y asidua a proveer por todos los medios posibles la conservación de nuestra Religión Santa, la observancia de las leyes que nos rigen, la común posteridad y el sostén de esas Posesiones en la más constante fidelidad y adhesión a nuestro amado Rey y Señor Don Fernando VII y sus legítimos sucesores de la corona de España, ¿no son éstos vuestros sentimientos? Esos mismos son los grandes objetos de nuestros conatos”.

Esta era también la opinión de Mariano Moreno. Son numerosos los testimonios escritos que dejó de su verdadero pensamiento. En el primer aspecto, si bien asimiló las teorías de los enciclopedistas franceses y reeditó juna edición española anterior del Contrato Social de Rousseau, lo hizo con las debidas reservas, al punto de haberlo expurgado de aquellos pasajes en que él autor “tuvo la desgracia de delirar en materias religiosas”, según declara en el prólogo4.

En el otro y fundamental aspecto, en el que tanto se ha con­fundido y adulterado la personalidad de Mariano Moreno, recuér­dese su opinión en oportunidad de haberse publicado las cartas de la princesa Carlota Joaquina de Borbón, Infanta de España y her­mana de Fernando VII, y del ministro español en Río de Janeiro, marqués de Casa Irujo, sobre ayuda prestada al gobernador de Mon­tevideo, don Gaspar Vigodet, durante el sitio de la plaza por los patriotas. Moreno reprodujo dichos documentos en la “Gaceta”, con el siguiente comentario: “La señora Infanta, que nada puede desear sino que los pueblos de América se conserven bajo la domi­nación del rey don Fernando, no se había de manifestar indiferente a las solemnes protestaciones de fidelidad a nuestro monarca, que repetimos diariamente como el alma de nuestra conducta política” 5Quienes pretenden que estas promesas eran puramente circunstanciales y engañosas, no le hacen favor a Mariano Moreno, y justifi­carían el juicio que por aquellos mismos días emitió la princesa, en carta a su secretario particular doctor José Presas, comentando las actitudes de Tos hombres de Buenos Aires. “Hay bonitas cosas en ellos —le decía—, y siempre denotan un espíritu de partido, con buena capa; pero mis débiles conocimientos, la cosa bien meditada, lleva otras vistas y mui siniestras…” 6.

Las tendencias secretas que ya por entonces accionaban debajo de los movimientos visibles, se fueron concentrando alrededor de la figura de Mariano Moreno, cambiando totalmente las inclinaciones naturales que adornaban a su persona. En sus artículos de la “Gaceta” y en sus páginas doctrinarias, el secretario de la Junta aparecía como el campeón de los derechos de los pueblos, con firme adopción de los principios autonómicos, democráticos y liberales. Fue él quien redactó y firmó la Circular a los Cabildos para que designaran, entre “la parte principal y más sana del Vecindario”, diputados a quienes correspondería, reunidos en común, “establecer la forma de gobierno que se considere más conveniente”. Esto constituyó una de las primeras decisiones de la autoridad provisoria establecida por el Cabildo de Buenos Aires7.

Pero, encima mismo de esta justa determinación, Moreno patrocinó el envío de expediciones militares al interior) con lo que tuvo suprimera manifestación el espíritu centralista porteño, que malogró por muchos años los bienes que pudo deparar la apropiada armoni­zación de los sentimientos e intereses de los pueblos. Castelli fue quien llevo, a sangre y fuego, esa bandera de imposición y exterminio.

Su conducta suscitó graves convulsiones y dejó en las provincias un fermento de anarquía y de odio que dominó los ánimos durante largo tiempo. La autoridad delegada de la Tunta “fue concentrada —según el secretario de Belgrano, don Tomás Manuel de Anchorena—en el abogado doctor Castelli, que con su inmoralidad y la de otros que acompañaban, como don Juan Martín de Pueyrredón, puso en la mayor confusión todas las provincias del interior…” 8. Concepto este que había trascendido a la propia Buenos Aires, desde donde el deán Funes escribía: “Castelli se maneja como un libertino. Está sumamente desacreditado” 9. De esto se habla en el capítulo sobre El terrorismo de los civilizadores, de manera que aquí únicamente nos interesa puntualizar la peligrosa evolución operada en las ideas de Mariano Moreno y en lo que constituyó su partido jacobino y liberal.

Para demostrar el liberalismo de Moreno, sus biógrafos hacen hincapié en su decidida actuación en favor del “comercio libre”, en 1809,mediante su “Representación de los hacendados”, omiten aclarar que es éste un alegato jurídico, de bufete abogaderil, trazado en representación “de los hacendados de las campañas del Río Plata”, pero realmente destinado a favorecer “un franco comercio con la nación inglesa”. Con dicho documento Moreno quería beneficiar a los intereses portuarios, pues el comercio libre interesaba al litoral, que poseía lanas, cueros, tasajo, cebo y otros productos de exportación. La intención no tenía nada de liberal, por lo tanto, y no resiste replicas como la formulada por Alberdi: “Dejando en manos de Buenos Aires y para su provecho exclusivo todo el producto de su contribución de aduana, los argentinos vienen a ser tributarios” de la provincia de Buenos Aires”10

La gravitación que se atribuye a Mariano Moreno en la aper­tura, del comercio del Río de la Plata, es otra falacia de los liberales. Moreno no tuvo parte alguna en lo resuelto, como que su escrito profesional fue agregado al expediente respectivo cuando ya se habían pronunciado los órganos a los que correspondía intervenir. En efecto; la “Representación” lleva fecha del 30 de setiembre de 1809; su pu­blicación se hizo en junio de 1810, con posterioridad a la constitución de la Junta. En el legajo sobre libertad de comercio, al incorporarse el escrito mencionado, ya había opinión del virrey (20 de agosto de 1809), dictamen coincidente del secretario del Real Consulado, doc­tor Manuel Belgrano (6 de setiembre), y resolución favorable del Cabildo (12 de setiembre). ¿Cuál es, pues, el mérito de Mariano Moreno y cuáles las tesis novedosas que aportó a la discusión de una materia que ya contaba con el consenso general de las opiniones?

Con la “Representación de lo hacendados” Mariano Moreno se definió en favor de los intereses mercantiles de la burguesía porteña; esta línea habría de afirmarla en oportunidad de la controversia abierta alrededor de la representación de los Cabildos de las otras villas y ciudades. Sus diputados, electos de conformidad a la Circular de la Junta de Mayo, fueron e arribando a la metrópolis para incorporarse a la Junta “como vocales”. A tenor de lo que prescribía aquella comunicación. En el mes de setiembre ya se hallaban en la ciudad el deán Gregorio Funes, de Córdoba, el presbítero Dr. Juan Ignacio Gorriti, de Jujuy; don José Simón García de Cossio, de Corrientes; el presbítero Juan José Lamí, de Santiago del Estero, y algunos otros representantes del interior, hasta completar el número de nueve. Apenas llegados a la capital se encontraron con el clima adverso del Cabildo de Buenos Aires de algunos miembros de la propia junta, cuyo secretario Moreno sostenía ahora que diachos representantes debían esperar la celebración de un Congreso al que se le asignaban vagas atribuciones organizativas. Moreno escribía en la “Gaceta” justamente en el dicho mes de setiembre: “El pueblo de Buenos Aires no quiso usurpar a la más pequeña aldea la parte que debía tener en la erección del nuevo gobierno… y, establecien­do la Primera Junta, le impuso la calidad de provisoria, limitando su duración hasta la celebración del Congreso y encomendando a éste la instalación de un gobierno firme, para que fuese obra de todos lo que tocaba a todos igualmente…” 11.

Fue entonces cuando el deán Funes encabezó un movimiento que provocó la reunión en común de la Junta —en total nueve miem­bros— y los diputados del interior —también nueve en total—, el 18 de diciembre de 1810. Expresa el acta de la reunión que uno de los diputados “tomando la voz por todos los demás, dijo: Que los diputados se hallaban precisados” a reclamar el derecho que les competía, pues la Capital no tenia títulos legítimos para elegir por sí sola gobernantes a que las demás ciudades deban obedecer…”12. Uno de los vocales de la Junta replico, respecto al derecho invocado, que “no consideraba ninguno en los diputados pura incorporarse a la Junta, pues siendo el fin de su convocación la celebración de un Congreso nacional, hasta la apertura de éste no pueden empezar las funciones de los representantes; que su carácter era inconciliable con el de los individuos de un gobierno provisorio y que el fin de éste debía ser el principio del gobierno de aquéllos…” El secretario Paso se expidió en el mismo sentido y el otro secretario, Moreno, manifestó “que consideraba la incorporación contraria a contraria a derecho y al bien general del Estado”, aunque favorecía el propósito de que los diputados se reunieran en Congreso y proveyeran a la constitu­ción del país. El criterio de la mayoría favoreció el punto de vista de los representantes del interior y así quedó constituida la llamada Junta Grande. Años más tarde, el hermano de .Mariano Moreno comentaría: “Los amigos del Presidente sedujeron a los Diputados de las provincias para que pidiesen parte en el gobierno ejecutivo…”13.

Los azares que posteriormente acaecieron con la junta-Grande, el Triunvirato y los violentos atropellos del señor Rivadavia, no mo­difican la importancia del gesto de los diputados de provincia, qué encabezados por el deán Funes plantaron la primera bandera fede­ralista y de resistencia al despotismo de Buenos Aires. En cuanto a la personalidad dé Saavedra, y del papel que jugó en estos tras­cendentales sucesos, ya se sabe que el liberalismo ha querido oscure­cerla y denigrarla, tan sólo porque no sirvió a los planes de la bur­guesía mercantil apoderada de las llaves del puerto y la aduana. Vicente Fidel López reconoce que, “por su posición personal, por su familia y por ser, además, coronel de Patricios, tenía un partido bastante fuerte entre las milicias y las gentes de los suburbios”14. El deán Funes, por su parte, comentaba: “Se ha aumentado mucho el clamor del pueblo porque los diputados tomen parte del gobierno- La cosa esta en vísperas de salir a luz…Moreno sé ha hecho muy aborrecido y Saavedra está más querido del pueblo que nunca” 15.

Esta era la situación en aquellos momentos. Sin embargo, pasa­dos los años, los historiadores al servicio del porteñísimo liberal, con Mitre a la cabeza, darán una interpretación deformada de estos episo­dios y resultará que Saavedra es un reaccionario y Moreno elcaudillo popular. Mitre abominará de la postura adoptada por los diputados del interior y llegará a decir: “Esta tendencia dio origen a la dislo­cación del gobierno central. Todos los diputados querían tomar parte en él y la tomaron en representación de sus provincias, creando así una autoridad de pensamiento, con intereses y propósitos divergen­tes”16. fara el liberalismo, aliado del porteñismo y el unitarismo, la única fuente de unidad es la metrópoli, el puerto de Buenos Aires, aprovechando en su beneficioexclusivo (de “gobierno central”) las rentas de aduana que constituyen el haber de toda la Nación. La exaltación de Mariano Moreno se hizo en virtud de haberse puesto al servicio de esta mala causa. Escribía Moreno en la “Gaceta”: “Estaba reservado a la gran capital de Buenos Aires dar una lección de justicia, que no alcanzó la Península en los momentos de sus ma­yores glorias; y este ejemplo de moderación, al paso que confunda a nuestros enemigos, debe inspirar a los pueblos hermanos la más pro­funda confianza en esta ciudad, que miró siempre con horror la con­ducta de esas capitales hipócritas, que declararon guerra a los tiranos, para ocupar la tiranía que debía quedar vacante con su extermi­nio…”17. Equívocas palabras destinadas a afirmar ante los pueblos la primogenitura de “la gran capital de Buenos Aires”; pero ¿por que habían de admitirlo las otras ciudades, dignas de igual confianza e idénticamente capacitadas para impartir su “lección de justicia”?

Son estas ideas, sin embargo, las que fabricaron la consagración póstuma de Mariano Moreno, de cuyas aptitudes personales lo menos que puede decirse es que no alcanzó a desarrollarlas en los seis meses de su combatida actuación en la Primera Junta. Su gloria más repetida es la de haber impulsado la idea de una publicación propia de la Junta, que no fue otra que la “Gaceta de Buenos Aires”, cuya primera edición apareció el 7 de junio de 1810. ¿Por qué la “Gaceta” del gobierno central de las Provincias Unidas redujo su alcance a los límites de uno cualquiera de los Cabildos del antiguo Virreinato del Río de la Plata? Esta es otra prueba del servilismo “morenista” a los intereses visibles e invisibles del partido porteño. Es aquí donde debemos radicar el origen de las muchas y descomunales alabanzas. Son esos mismos sectores los que se volvieron contra el coronel Saavedra, haciéndolo objeto de algunos chismes sobre honores y brin-(lis que alimentan la literatura cursi del pedagogo “oficial”. La in­vestigación sin prejuicios desectaofrece una visión muy distinta de las cosas. Mariano Moreno, porteño, se constituyó en el abanderado de un círculo cerrado y terrorista; frente a él se levantó un movimiento popular que encontró su intérprete y conductor en Saavedra1 criollo de Potosí. El Presidente de la Junta no compartía los rígidos métodos extremistas y sanguinarios del secretario. Cuando se trató, por ejem­plo, la situación de los capitulares del Cabildo metropolitano que habían reconocido secretamente al Consejo de Regencia de Cádiz, Moreno propuso se los decapitara. Saavedra comenta: “Yo que cono­cía el influjo de este individuo y partido que ya tenía, horrorizán­dome de los fatales resultados que podrían originarse por la muerte de diez individuos relacionados y emparentados con parte muy con­siderable de la sociedad, tomé la palabra y dirigiéndome con entereza a Moreno, le dije: “Eso sí, doctor, eche Vd. y trate de derramar san­gre; pero esté Vd. cierto que si esto se acuerda no se hará. Yo tengo el mando de las armas y para tan perjudicial ejecución protesto desde ahora no prestar auxilio. Los demás señores vocales, en efecto, no opinaron en su votación como había indicado aquél, y el delito de los capitulares se castigó con las penas y multas pecuniarias que todos saben” 18. Esto es lo que los liberales no pueden perdonarle a Saavedra; su animadversión al terrorismo, su sentido nacional de los problemas y la adhesión popular que despertaba su persona. Contra esto se lanzó la torpe calumnia de que Saavedra actuaba movido su colonialismo y espíritu conservador. Voces ilustres le salieron al paso a esta infamia. “¿Qué quería Saavedra? —pregunta Alber­di— Que el gobierno argentino fuese la obra de todas las provincias de la nación: ¡a eso llama Mitre, conservador!… El partido de Saavedra era él partido verdaderamente nacional, pues quería que la nación toda interviniese en su gobierno. “ 19

La historia liberal, que es la única que poseemos y se enseña en las escuelas, más que una historia resulta un alegato. Se propuso defender su propia casa, consagrar las figuras de su capilla, encubrir las maldades y traiciones de sus parciales, enaltecer al círculo mer­cantil de la metrópoli y propagar cuanta idea resulte destructora de la nacionalidad. La propia figura del general Belgrano, que es una de las más puras de nuestra historia, ha sido achicada y empobre­cida. Mitre no juzga adecuada a la responsabilidad de la hora, la actuación del prócer en la Junta de Mayo. “No es hombre para apuros de revolución”, comenta20. ¿Qué entendería el general Mitre por “revolución” en el seno de la Junta de Mayo? Lo que él real­mente quería era que los acontecimientos de 1810 apareciesen como la culminación de un largo proceso ideológico —de tinte liberal, por cierto— que debía derivar inexorablemente a la instalación de una República inspirada en talesprincipios. El general Belgrano escapa a este patrón (sostuvo, inclusive, la organización monárquica) y esto irrita a los epígonos del “mitrismo”; se desesperan cuando leen en la “Autobiografía” del patricio que, allá por 1807, Belgrano y el general inglés Crawford juzgaban que tardaría un siglo la indepen­dencia de los pueblos de América, pues no había señales evidentes de espíritu insurreccional. Agrega Belgrano: “Tales son los cálculos de los hombres; pasa un año y he ahí que, sin que nosotros hubié­semos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona…”21. Al diablo, pues, todo el presupuesto ideológico construido por el liberalismo; la emancipación fue producto de circunstancias extrañas a nuestro medio y a las formas de pensamiento de que se decían portadoras las “clases dirigentes” de la metrópoli. “Siendo nuestra revolución obra de Dios —señala Belgrano—, El es quien la ha de llevar hasta su fin, manifestándonos que toda nuestra gratitud la debe­mos convertir a S. D. M. y de ningún modo a hombre alguno” 22 Estas reflexiones de uno de los actores más destacados de aquellos sucesos, dan por el suelo con las falsas argumentaciones de la escuela liberal; pero estamosforzados a rechazar el testimonio de los testigos directos de los hechos y a admitir a pie juntillas el de los falsificadores que vinieron después, si no queremos Caer en pecado de leso libera­lismo, que en nuestro país se paga con los más terribles anatemas. ¡Vaya farsa la que montaron estos liberales!

Constituida, según dijimos, la Junta Grande el 18 de diciembre, Moreno se vio precisado a presentar la renuncia, ésta le fue aceptada —según el acta de la sesión— en virtud de no “ser provechosa al público la continuación de un magistrado desacreditado”. Pero la propia Junta, en homenaje a los sentimientos de unidad y conci­liación que la animaban le encomendó una misión en Europa, dotándole de 20 pesos fuertes para los gastos. Moreno y los dos secretarios que le fueron asignados, don Tomás Guido y don Manuel Moreno, se embarcaron en la goleta inglesa “Misletal”, el 24 de enero de 1811, transbordando al día siguiente, en la Ensenada, al buque “La Fama”. A bordo de éste murió Mariano Moreno, en alta mar, el 4 de marzo de 1811, siendo su cadáver arrojado a las aguas envuelto en la bandera inglesa.

La Junta Grande mientras tanto, emitió el decreto del 10 de febrero, que constituye un nuevo paso en el camino de dar sentido I orgánico a la revolución, pues “la Junta siempre ha estado persua­dida que el mejor fruto de esta revolución debía consistir en Hacer” gustar a los pueblos las ventajas de un “gobierno popular”. Con tales miras, ordenaba la formación de Juntas Provinciales, en cada una de « las cuales “residirá in solidum toda la autoridad del gobierno de la provincia”, estando destinadas a “velar incesantemente en la tradición de tranquilidad, seguridad y unión de los pueblos encargados a su cuidado, y en mantener y fomentar el entusiasmo a favor de la causa común” 23.

Así las cosas, la noche del 5 al 6 de abril de 1811 se produjo.— una-insurrección popular, capitaneada por el alcalde de barrio Grigeray el doctor Joaquín Campana, destinada —según lo procla­mó— a defender “la gran causa y sistema de gobierno que se sigue y debe abrazarse en lo sucesivo”. La rebelión reforzaba la autoridad del presidente Saavedra y confirmaba la línea popular que éste representaba. Contó el movimiento con la decidida adhesión del deán Funes y la cooperación de tres regimientos cívicos, encabezados por los generales Juan Ramón González Balcarce y Martín Rodríguez. En el manifiesto publicado en la “Gaceta”, se decía que los antecesores en el seno de la Junta (Moreno y su partido) habían querido imponer una “furiosa democracia desorganizada, sin consecuencia, sin forma, sin sistema ni moralidad, cuyo espíritu era amenazar nuestra seguridad en el seno mismo de la patria v escalar esa libertad que buscamos a costa de tantos sacrificios” 24

El “motín”, como le llaman los historiadores liberales, influyó en el ánimo de los miembros de la Junta, que realizaron algunos cambios v apresuraron los trabajos para la elección de diputados de los Cabildos a objeto de “dar principio al Congreso Nacional a fines de noviembre del presente año”25.

Al conocerse la noticia del desastre de Guaqui (20 de junio) el grupo liberal consideró que era llegada la hora de la revancha. Eran sus directores el coronel doctor Antonio Feliciano Chiclana, don Manuel de Sarratea, el doctor Juan José Paso, el doctor José Julián Pérez y el señor Bernardino Rivadavia. Basta enunciar estos nombres para que se adivine cuál será el enjuiciamiento que harán de los hechos los historiadores liberales. Lo ya sabido: frente al partido bárbaro de Saavedra aparece el partido del orden y civili­zación,continuador de lalínea liberal del “morenismo”. Se dirá, inclu­sive”, que estos hombres eran portadores de la democracia.

Pues bien, la “furiosa democracia” de estos señores consistió en alentar tumultos públicos por la derrota que habían sufrido lasarmas de la patriay luego, el 23 de setiembre, por medio de una “pueblada”, lograron imponer un cambio radical de gobierno y laconcentración de la autoridaden manos de los tres primeramente nombrados (Chiclana, Sarratea y Paso), secundados por tres secre­tarios que lo fueron los dos últimos. (Pérez y Rivadavia) y el doctor Vicente López y Planes.^ Así surgió el primer Triunvirato haciendo mérito —según el Acuerdo adoptado— de “la celeridad y energía con que deben girar los negocios de la patria, y las trabas que ofrecen al efecto la multitud de los vocales por la variedad de opiniones que frecuentemente se experimentan”26. No obstante esta clara alusión al disgusto que ocasionaba la voz de las provincias, se convino que la llamada Junta Grande permaneciera como Corporación o Junta Con­ servadora, formada por “los diputados de los pueblos y provincias”, aunque sin concretarse sus atribuciones y finalidad.

La Junta Conservadora fue subalternizada desde el primer mo­mento, determinando la protesta de uno de sus miembros, el pres­bítero Gorriti, que presentó une* Memoria en la que defendía el derecho igual de todos los pueblos. “Hemos proclamado la igualdad de derechos de todos los pueblos —escribía— y está en oposición con nuestros principios un orden que exalta a unos y deprime a los más. Es injusto porque se falta en el punto más esencial a los pactos con que todas las ciudades se unieron a este Gobierno. La sola idea de esta desigualdad las habría alarmado si hubieran estado capaces de concebir que la libertad que se les ofrecía iba a tener tal ter­minación …” 27. Trató la Junta de preservar sus fueros poniendo un dique a los desbordes del autoritarismo ejecutivo. Pero el señor Rivadavia, como buen demócrata-liberal, no admitía cortapisas ni fre­nos a su despotismo, y arrasó con la Corporación, dándole un plazo de horas a sus miembros para abandonar el territorio de Buenos Aires. Puede decirse que con estos actos se inauguró en el país la democracia de los liberales, no siempre tan benévola como en este caso, pues habitualmente sus operaciones de limpieza comienzan por las cabezas de sus adversarios.

Con estos hechos queda liquidada la fracción “morenista”, a la que reemplaza la “rivadaviana”; el cordón umbilical que une ambos movimientos no es otro que el terrorismo, método propio del sistema liberal, que unos y otros practicaron. La pretendida oposición entre Moreno y Rivadavia no pasa de ser un cálculo basado en tontas pre­sunciones; ambos sirvieron a los intereses de Buenos Aires, al centra­lismo portuario, a la oligarquía mercantil, a los ávidos comerciantes ingleses y al más furioso autoritarismo. La muerte de Mariano Moreno, jefe consagrado de la fracción dictatorial, promovió el advenimiento de Bernardino Rivadavia; pero estos son matices, nombres apenas, de esa sustancia anti histórica y antinacional que se llama liberalismo.

Con el Triunvirato y lo acaecido a la Junta Conservadora se cierra lo que podríamos considerar etapa inicial de nuestra vida, principiada en Mayo de 1810. Los elementos que han de jugar a lo largo de toda nuestra historia, aparecen claramente identificados. Ya puede intentarse, por lo tanto, una valoración de los sentimien­tos que surgieron y chocaron en aquel magno episodio. En él está la partida de nacimiento de nuestra vida independiente; cualquier adulteración que pretenda introducírsele, constituye un delito que, al deformar los orígenes, perturba o desvía la interpretación cabal del destino históricoque como pueblo y Nación nos pertenece.

La historia “oficial” comete este delito al presentar los sucesos de Mayo de 1810 como una explosión del espíritu liberal americano contra el absolutismo peninsular. La exposición que dejamos hecha, demuestra la estulticia de este enfoque; pues resulta evidente lafi­delidad que el pueblo y los principales actores guardaron hacia los símbolos y las esencias que lo católico y lo hispánico habían in­corporado a nuestra vida. Puede afirmarse que ni siquiera los elementos liberales produjeron un documento o un hecho público que indicara su posición insurreccional frente a aquellas sustancias fundadoras; su conspiración se fue haciendo en la sombra de las logias y a base de proclamas que disimulaban la íntima perversidad de sus doctrinas. Esto mismo no fue sino artimaña y malicia de pequeños grupos que se lla­maban a sí mismos “ilustrados”; el pueblo no se desvió jamás del rumbo tradicional y conservó intactas las herencias recibidas.

El partido “morenista” y el “rivadaviano”, con toda la secuela de sus principios unitarios, porteñistas y de despotismo ilustrado, intentaron torcer la recta marcha de los acontecimientos. Confun­dieron, inclusive, su significado y les dieron un aire sectario a las celebraciones consiguientes. Contra estas tendencias defraudadoras insurgió Rosas y las huestes populares que lo respaldaban. El 25 de Mayo de 1810 recuperó su prístino sentido: de eslabón en la gloriosa cadena de una historia que no se inicia entonces ni puede repudiar el acervo de grandeza que recibió, por vía de la conquista española, en las tres flechas de una religión, una cultura y una lengua inmortales.

La misma historia liberal que .acusó a Saavedra de “colonialismo”, no podía dejar de hacerlo con el Restaurador de la las leyes. Para los liberales que con espíritu avieso quieren destruir la línea de nuestra continuidad histórica, todo lo que permanece fiel escolonialismo.Sería interesante establecer en qué proporción la lealtad a los principios tradicionales puede calificarse de “colonial” y en qué medida resulta que no lo es el servilismo a un sistema de ideas e intereses bastardos que tiene a Inglaterra por promotora y destinataria.

La conmemoración del 25 de Mayo realizada por Rosas, en 1836, dio lugar a una ceremonia de muy tocantes proporciones. Se efectuó en el Fuerte, en presencia del cuerpo diplomático, autori­dades v sociedad porteña. En su discurso, dijo el general Rosas: “¡Qué grande, señores, y qué plausible debe ser para todo argentino este día, consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía popular que ejerció este gran pueblo en mayo del célebre año mil ochocientos diez! ¡Y cuán glorioso es para los hijos de Bue­nos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y una dignidad sin ejemplo! No para sublevarnos contra las autori­dades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que, acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para rebelarnos contra nuestro Soberano, sino para preservarle la posesión-de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los es­pañoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, po­niéndonos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en sus des­gracias. No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella v no ser arrastrados al abismo de males, en que se hallaba sumida la España”. Luego de señalar que estos fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo Abierto, recordó la fal­ta de comprensión que hubo por parte de la España liberal de los Borbones, restablecida en el más duro absolutismo, por cuyos personeros fuimos “hostigados y perseguidos de muerte”, hasta que —agregó— “cansados de sufrir males sobre males, sin esperanzas de ver el fin, y profundamente conmovidos del triste espectáculo que presentaba esta tierra de bendición, anegados en nuestra sangre ino­cente con ferocidad indecible por quienes debían economizarla más que la suya propia, nos pusimos en las manos de la Divina Providencia, v confiando en su infinita bondad y justicia, tomamos el único camino que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera”. Ter­minó “renovando aquellos nobles sentimientos de orden, lealtad y fidelidad que hacen nuestra gloria, para ejercerlos con valor heroico en sostén y defensa.de la Causa Nacional de la Federación, que ha pro­clamado la República”28.

Esta versión de los acontecimientos de 1810 y del difícil período que les sucedió hasta la declaración de la independencia en 1816, es a todas luces la correcta y ajustada a los hechos históricos; pero desvirtúa elmito liberal de un espíritu insurgente, forjado por las luces de la ilustración y el progresismo, que se rebeló contra una España caduca, oscurantista y despótica, de acuerdo a un plan pre­viamente trazado en las cámaras herméticas del liberalismo. El 25 de Mayo de 1810 confirma la filiación histórica ya adquirida por nuestro pueblo. Es un acto defidelidad entrañable a los grandes valores que nutren nuestra tradición, animan nuestra historia y le dan grandeza e imperio a nuestro espíritu. La Nación Argentina nació para el cum­plimiento de un alto mandato histórico; todo cuanto hicieron y hacen los liberales por impedirlo, se frustró —¡Dios sea loado!— porque el pueblo permanece fiel a la verdad natural de sus orígenes y son de orden sobrenatural sus más sublimes inspiraciones.

* Capitulo extraído de “Proceso al Liberalismo Argentino” de Atilio García Mellid.


Citas

1.     Manuel Moreno: Vida y memorias…, ya cit.

2.     Vicente Fidel López: Historia de la República Argentina, ni, pag. 44.

3.     Mariano Moreno: Doctrina democrática. Noticia preliminar por don ‘do Rojas. Libr. La Facultad; Bibl. Argentina, i. Buenos Aires, .1915.

4.     Juan Jacobo Rousseau:. Contrato social. Edic. y prólogo de Mariano Moreno. Buenos Aires, 1810.    _

5.     Mariano Moreno: A propósito de dos cartas. Art. en la Gaceta de Buenos Aires, ed. del 18 de octubre de 1810.

6.     Carta de la princesa Carlota a su secretario particular doctor José Presas. Santa Cruz, Brasil, 30 de octubre de 1810.

7.     Acta de instalación de la Junta, del 25 de mayo de 1810, y Circular emitida el 27 del mismo.

8.     Carta del secretario de Belgrano, don Tomás Manuel de Anchorena, a don Juan Manuel de Rosas. (Cfr. Adolfo Saldías: La evolución republicana ante ‘a Revolución Argentina. A. Moen y Hnos. Buenos Aires, 1906.)

9.     Carta del deán Gregorio Funes a su hermano don Ambrosio. Buei Aires, 8 de abril de 1811.

10.  Juan Bautista Alberdi: Causas de la anarquía en la República Argentina.

11.  Mariano Moreno. Artículo en la Gaceta de Buenos Aires, setiembre I de 1810. (En Escritos políticos y económicos, del autor.)

12.  Primera Junta Gubernativa: Acta de la sesión del 18 de diciembre de 1810.

13.  Moreno: Vida y memorias…, ya cit.

14.  V. F. López: Hist. de la Rep. Argentina, ya cit.

15.  Carta -del deán Funes a su hermano Ambrosio. 16 de diciembre de 1810.

16.  Mitre: Hist. de Belgrano, ya cit. Ed. original, t. i. pág. 381.

17.  Moreno: Sobre los miras ‘del Congreso…, ya cit.

18.  Cornelio Saavedra: Memoria autógrafa de… Buenos Aires, l9 de enero de 1829.

19.  Alberdi: Grandes y pequeños hombres…, y a cit.

20.  Mitre: Obr. cit.

21.  Belgrano: Autobiografía, ya cit.

22.  Ibidem.

23.  Junta Grande: Decreto del 10 de febrero de 1811.

24.  Gaceta Extraordinaria. Buenos Aires, 15 de abril de 1811.

25.  Junta Provisoria Gubernativa: Circular a los Cabildos de’ las Provincias Unidas. 26 de junio de 1811.

26.  Acuerdo instituyendo un Supremo Poder Ejecutivo y una Junta Conservadora, 23 de setiembre de 1811.

27.  J. I. de Gorriti: Memorias y papeles. Recop. del canónigo Miguel Angel Vergara. Publ. oficial de la Prov. de Jujuy, 1936.

28.  La Gaceta Mercantil, N9 3893, pp. 2 v 3. Buenos Aires, 27 de mayo de 1836.



 
 
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