Centro de estudios peronista José Armando Gonzáles - Ateneo: Nelly A. Moscheni de Gonzáles. Fundado el 08-10-2011.
  Eva Perón de Pablo A. Ramella
 



EVA PERON por Pablo A. Ramella Cuando se escriba la historia de este periodo tumultuoso de la vida argentina, período de gestación y alumbramiento, habrá que detenerse por fuerza en esta mujer que surgida de la nada brilló con luz fulgurante y se apagó rápidamente como la de aquellos que tienen una predestinación misteriosa y profunda. Los que interpretan la historia como una sucesión externa de acontecimientos humanos no comprenderán jamás su figura excepcional. La comprenderán sí quienes buscan en el correr de los hechos históricos una trama sobrenatural que tiene su principio en Dios y por recónditos caminos nos lleva al último fin para el que ha sido creado el hombre. No se hallará jamás la verdad en la corteza perecedera del árbol sino en su raíz fecunda engendradora de la savia vivificante y eterna. La hermosura de sus facciones delicadas, su piel transparente y blanquísima como la de una reina, sus ojos velados por una tristeza indescifrable y enternecidos por el sufrimiento ajeno, reflejaban un alma humana en lo que significa como compendio de todo lo que es el hombre con su carga de luces y sombras. Su simpatía participaba de la sustancial transparencia del vocablo porque en su conversación y en la caricia de su mirada derramaba sin retaceos su propio espíritu que es como arrancar en cada vez pedazos de la propia vida. No conocen, no, estos desgarramientos los que se miden en cada gesto para no mostrar sino la máscara de sus almas sombrías. Se prodigaba, y aquí la palabra tiene resonancias divinas, con quienes acudían, mugrientos o bien vestidos, sencillos o engolados, paisanos o cubiertos de entorchados, pobres o ricos, que de toda esa gama era el tropel de postulantes, a mendigar ya el techo o el remedio o el vestido indispensable para reparar las necesidades más imperiosas o la sinecura o la prebenda que los grandes requerían para satisfacer sus apetitos. Su caridad, como expresión exacta del amor sobrenatural, se desbordó sobre los pobres, a los que amaba entrañablemente, y así cumplió con lo que pide el Señor, por boca del Profeta: “Parte tu pan con el hambriento, y acoge en tu casa a los pobres y sin hogar; cuando vieres al desnudo, vístele, y no desprecies al que es tu propia carne” (Is. 48,7/11). Cuando quiso que los pobres vistieran ropas espléndidas y en sus hogares – escuelas el lujo cubrió la macilenta desnudez de los pequeños, es seguro que los ángeles del Cielo lloraron conmovidos porque todo aquello que se hace en bien de los párvulos, cuanto más inconmensurable mejor, es del agrado del Señor. Los poderosos y los fariseos la odiaron porque en sus almas endurecidas no soportan que el barro recoja en la poco agua que duerme en su seno, la estrella luminosa de la tarde. Los que hemos padecido y pecado, los que hemos dialogado con la muerte, los que hemos llorado para alcanzar un poco de pan a nuestros hijos, vale decir, la gran masa del maravilloso pueblo argentino, que sufre y que trabaja, la comprendemos y amamos porque ella fue como la encarnación de la naturaleza caída y vencida, que encuentra en la fe el milagro de su gloriosa resurrección. Besó a los leprosos, como San Francisco, y sufrió y amó, como Santa María Magdalena. Por eso, en la sucesión de los siglos, cuando ya no quede ni la sombra del recuerdo de los pequeños hombres que la persiguieron hasta después de muerta, su nombre quedará grabado en la ígnea y alada estatua de bronce que le levantarán las generaciones agradecidas y en el corazón angustiado del noble pueblo argentino.- (Se publicó el 26 de julio de 1.958, en el número 8, año I, del periódico “Huella” que dirigía el Ing. Nemesio de la Vega).
 
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